El Misterio de la Casa Abandonada
Era un día gris y lluvioso cuando Sofí y Macarena decidieron salir a comprar el diario. La ciudad parecía más tranquila de lo habitual, y las gotas de lluvia tamborileaban suavemente sobre el pavimento. Al doblar una esquina, se encontraron con una gran casa que nunca antes habían visto. Tenía la pintura descascarada y las ventanas estaban cubiertas de telarañas.
"Mirá, Sofí, esa casa se ve re aterradora", dijo Macarena, acercándose un poco más.
"Sí, pero tiene algo misterioso que me atrae. ¿Te animás a mirar?", respondió Sofí, con una chispa de curiosidad en los ojos.
Ambas amigas se acercaron a la entrada, que estaba entreabierta. Con un poco de nerviosismo, empujaron la puerta y entraron. El piso crujió bajo sus pies, y un olor a moho las envolvió. De repente, escucharon un ruido proveniente de una habitación al fondo.
"¿Escuchaste eso?", susurró Macarena, asomándose detrás de Sofí.
"Sí, pero no te asustes. Vamos a ver qué es", intentó calmarla Sofí, aunque también estaba un poco asustada.
Mientras ambas avanzaban, se dio cuenta de que había algo muy raro en esa casa. Al llegar a la habitación de donde provenía el ruido, se encontraron con una figura extraña: un hombre calabaza, con una gran cabeza de calabaza y una expresión confusa.
"¿Qué... qué hacen aquí?", preguntó el hombre calabaza, su voz temblaba como si estuviera sorprendido de ver a dos chicas en su casa.
"¡Wow! Un hombre calabaza. ¡No lo puedo creer!", exclamó Macarena, fascinada.
El hombre calabaza se rascó la cabeza, claramente desorientado.
"Yo... no sé nada. Vivo aquí, pero nadie viene a visitarme. Estaba esperando un día de lluvia, porque siempre pensé que la lluvia era mágica", admitió, viendo cómo las chicas lo miraban con curiosidad.
Sofí, con su carácter amable, se acercó un poco más.
"¿Por qué pensás que la lluvia es mágica?".
"Porque cuando llueve, las flores crecen y los árboles se llenan de vida. Pero aquí, en mi casa, todo está seco y triste", contestó el hombre calabaza, con un tono melancólico.
Las chicas se miraron y, de repente, se les ocurrió una idea.
"¡Podemos plantar algo fuera!", propuso Sofí entusiasmada.
"Sí, ¡y podemos cuidarlo! Así tu casa también se llenará de vida", añadió Macarena, con una sonrisa.
El hombre calabaza miró a las chicas como si fuera la primera vez que le ofrecieran algo bueno.
"¿De verdad quieren ayudarme?", preguntó, su rostro iluminándose un poco.
"¡Claro! Vamos a hacerlo hoy mismo", respondió Sofí, ya pensando en las semillas que podrían conseguir.
Salieron rápidamente bajo la lluvia, buscando algunos materiales en la casa y pronto encontraron un par de macetas viejas y un paquete de semillas. Con entusiasmo, las tres se pusieron a trabajar. Entre risas, tierra, y un poco más de agua (porque llovía bastante), comenzaron a plantar.
Poco a poco, la casa fue llenándose de esperanza, y el hombre calabaza se sintió más feliz que nunca.
"Ahora sí puedo ver que la magia de la lluvia se puede traer con esfuerzo y amistad", decía, mientras ayudaba a Sofí y Macarena.
A medida que los días pasaron, las semillas comenzaron a germinar y los colores verdes comenzaron a embellecer el lugar. La casa que antes parecía abandonada y triste, ahora se llenó de flores y risas.
"Mirá cómo han crecido", dijo Macarena, mirando con satisfacción lo que habían logrado.
"Sí, lo hicimos juntas y ahora este lugar es tan acogedor", agregó Sofí, abrazando al hombre calabaza, quien ya no parecía perderse en la tristeza.
Desde aquel día, Sofí y Macarena se hicieron amigas del hombre calabaza. Y cada vez que llovía, no solo se alegraban por las flores, sino que también recordaban que la verdadera magia estaba en la amistad y en el trabajo en equipo.
Y así, el hombre calabaza nunca más se sintió solo en su casa. Juntos, aprendieron que a veces, un gesto pequeño puede transformar no solo un lugar, sino también el corazón de las personas que lo habitan.
FIN.