El misterio de la Casa Bruja
Había una vez en un pequeño pueblo, una casa muy peculiar situada en la colina más alta. Todos decían que era una casa de bruja. Era oscura y antigua, con ventanales polvorientos y un jardín lleno de plantas enredadas. La leyenda contaba que la bruja que había vivido allí había desaparecido, pero que su escoba y varita aún continuaban en la casa, esperando a que alguien digno las encontrara.
Un día, un valiente príncipe llamado Leo decidió investigar la misteriosa casa. Se decía que dentro de ella había tesoros ocultos y secretos mágicos. Leo, que era un príncipe curioso y soñador, se armó de valor y subió la empinada colina.
"¿Qué habrá dentro de esta casa?", se preguntó Leo mientras empujaba la pesada puerta.
Al entrar, el ambiente era frío y sombrío. Sin embargo, una luz tenue iluminaba un rincón de la habitación principal. Al acercarse, Leo vio una escoba antigua, apoyada en la esquina, y una varita brillante que parecía llamarlo.
"¡Wow!", exclamó. "¡Qué asombroso!".
Pero justo cuando estaba por tocar la varita, un susurro resonó en el aire.
"¡Alto! ¿Quién se atreve a perturbar mi morada?".
Leo dio un paso atrás, asustado. De la oscuridad apareció una figura espectral. Era ni más ni menos que la bruja.
"Soy la guardiana de la magia", dijo la bruja. "Sólo aquellos con un corazón puro pueden usar mi escoba y mi varita. ¿Qué es lo que buscas aquí, príncipe?".
"¡Quiero aprender a volar y a hacer magia!", respondió Leo, decidido.
"¿Estás preparado para enfrentar pruebas difíciles?", preguntó la bruja, levantando una ceja.
Sin dudarlo, Leo asintió. La bruja sonrió y le advirtió:
"La primera prueba es el Laberinto de la Sabiduría. Tienes que resolver tres acertijos para lograr tu primer hechizo".
Leo se sintió emocionado y un poco nervioso. Seguido de la bruja, entró en el laberinto, cuyas paredes estaban cubiertas de enredaderas mágicas.
Cada esquina estaba llena de rompecabezas. El primer acertijo era:
"Soy algo que no se puede ver, pero todos me sienten. ¿Qué soy?"
"¡El viento!", respondió Leo, recordando cómo sentía el viento en su rostro durante sus paseos por el reino.
—"Correcto" , dijo la bruja, sonriendo. "Sigue adelante".
El segundo acertijo retumbó en las paredes:
"Sin mí, no puedes hacer nada. Estoy presente en todas tus acciones. ¿Qué soy?"
"¡La intención!", gritó Leo, recordando todos los momentos en que había deseado ayudar a los demás.
"Excelente. Por último, el más complicado de todos", advirtió la bruja.
El último acertijo fue:
"Soy un río que no se ve, pero fluye en cada corazón. ¿Qué soy?"
Leo se detuvo a pensar. Recordó todas las veces que había sentido bondad hacia los demás.
"¡El amor!", respondió finalmente.
"Correcto de nuevo", aplaudió la bruja. "Has demostrado que tienes un corazón puro. Ahora, toca la varita y pronuncia 'Amor en acción'".
Leo extendió su mano, tocó la varita mágicamente iluminada y con voz firme dijo:
"¡Amor en acción!"
En ese instante, la luz envolvió todo el laberinto. De repente, aparecieron flores coloridas y mariposas danzando. La bruja sonrió ampliamente.
"Ahora, puedes volar, mi querido príncipe. Recuerda, la magia se usa para ayudar y hacer el bien".
Leo, montando la escoba, voló por encima de la casa, sobre el pueblo e incluso más allá de las colinas. Aprendió a usar su magia no solo para divertirse, sino para ayudar a los demás.
Al regresar a casa, Leo nunca olvidó lo que había aprendido en la casa de la bruja. Decidió enseñar a los niños del pueblo a ser amables y a usar su imaginación para hacer el bien.
Y así, la Casa Bruja no solo se convirtió en un lugar de misterios, sino en un símbolo de sabiduría y bondad para todos.
FIN.