El misterio de la casa de los susurros



Era una noche oscura en el pequeño pueblo de Rincón de la Luna, donde los niños hablaban de una vieja casa en la colina que siempre estaba envuelta en sombras. La llamaban la casa de los susurros, porque quienes se acercaban decían escuchar voces misteriosas.

Un grupo de amigos: Lía, Martín, Sofía y Tomás, decidieron que era hora de investigar. Al llegar a la casa, el viento aullaba y las ramas de los árboles parecían señalarles que se detuvieran. Pero su curiosidad era más fuerte.

"¡Vamos, no tengamos miedo!" - exclamó Lía, ajustando su mochila.

"¿Y si hay fantasmas?" - preguntó Tomás, con un ligero temblor en su voz.

"¿Fantomas? ¡No hay tales cosas! Solamente son leyendas para asustar a los más chicos" - aseguró Sofía con determinación.

Al entrar, la puerta chirrió como si estuviera molesta por la interrupción. La casa estaba cubierta de polvo y telarañas, pero algo distinto la hacía especial; en cada habitación parecía haber un eco de risas de tiempos pasados. En el centro de la sala, encontraron un viejo libro.

"Mirá esto, debe ser un diario" - dijo Martín, hojeándolo.

"Léelo, ¡leélo!" - insistió Lía, emocionada.

Martín comenzó a leer en voz alta, pero mientras leía, las sombras de las paredes parecían cobrar vida.

"En esta casa vivió una niña llamada Clara, que adoraba contar historias. Pero un día, desapareció sin dejar rastro..." - leyó.

"¿Qué habrá pasado?" - preguntó Sofía, ahora más intrigada.

"Tal vez los susurros sean sus historias atrapadas aquí" - sugirió Tomás.

De repente, un susurro suave llenó el aire.

"Es Clara, está tratando de comunicarse con nosotros" - dijo Lía, con un brillo en los ojos.

"¿Pero cómo?" - preguntó Sofía, asustada pero emocionada a la vez.

Decidieron recorrer más la casa. Cada habitación tenía algo especial: en una, descubrieron juguetes antiguos que parecían moverse; en otra, un espejo que reflejaba risas infantiles que no estaban allí.

"¡Escuchen!" - gritó Sofía al descubrir una página más en el diario.

"Para liberarme, deben contar una historia" - leyó Martín, con voz temblorosa.

"¡Eso es!" - repitió Lía. "Si contamos una historia, podremos ayudarla a regresar".

"Pero, ¿qué historia vamos a contar?" - preguntó Tomás, ansioso.

"¡Podemos inventar una!" - propuso Sofía. "Cada uno puede aportar algo".

"Yo pienso en un valiente caballero que rescata a una princesa de un dragón" - sugirió Lía.

"Y después, el dragón se convierte en su amigo" - añadió Martín.

"¡Y todos juntos viven felices en un bosque mágico lleno de risas!" - finalizó Tomás.

Mientras contaban la historia, el ambiente en la casa comenzó a cambiar. Las sombras se levantaron y por un momento, la casa parecía brillar con luz. Un susurro más fuerte resonó a su alrededor:

"¡Gracias!" - era la voz de Clara, llena de alegría.

"¡Vuelvan siempre!" - ¡Y con un último estallido de luz, la casa, antes tenebrosa, ahora parecía un lugar lleno de magia y sonrisas!

Los cuatro amigos, ahora felices y entusiasmados, dejaron la casa sabiendo que, a veces, lo que parece aterrador, puede ser simplemente lo desconocido. Después de esa noche, Rincón de la Luna dejó de ser un lugar de miedo y se convirtió en un lugar lleno de historias, donde los niños contaban cuentos y recordaban a Clara, la niña que nunca dejó de contar.

La noche había terminado, pero la aventura apenas comenzaba.

"Volvamos pronto, tengo más historias que contar" - dijo Tomás con una gran sonrisa.

"Y yo, me encantaría escuchar más de Clara" - respondió Sofía.

Y así, una noche de misterio se transformó en el inicio de nuevas amistades y aventuras llenas de imaginación.

FIN.

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