El Misterio de la Casa del Bosque
Érase una vez un misterioso bosque rodeado de leyendas. En el corazón del bosque, había una casa antigua y polvorienta que todos los niños del pueblo llamaban la casa embrujada. Se decía que vivía allí un hombre llamado Don Ramón. Don Ramón no era un hombre malo, pero tenía un carácter muy serio y no le gustaba que lo molestaran. Si algún niño se acercaba demasiado, salía de la casa blandiendo un bastón de madera y los hacía correr.
Un día, dos nenes, Juan y Lucas, y una nena, Sofía, decidieron aventurarse a explorar el bosque.
"Vamos a ver la casa embrujada," propuso Lucas con una sonrisa traviesa.
"¡Sí! Tal vez podamos ver a Don Ramón,” dijo Sofía.
- “No le tengamos miedo. Es solo un hombre, ¡nada más! ” agregó Juan, valiente.
Mientras se acercaban a la casa, el viento susurraba a través de los árboles y las hojas crujían bajo sus pies. Cuando llegaron, la puerta estaba entreabierta. Decidieron entrar a ver qué pasaba. La casa estaba llena de sombras y telarañas, pero los niños estaban muy entusiasmados.
"¡Miren esto!" dijo Lucas, señalando un viejo reloj de pared que sonaba como si estuviera marcando la hora.
- “¿No les da miedo? Esta casa parece mágica,” comentó Sofía, mirando los muebles cubiertos de polvo.
De repente, escucharon un ruido en el piso de arriba, como un fuerte golpe. Los niños se miraron con ojos grandes.
"¿Escucharon eso?" preguntó Juan con un hilo de voz.
"Sí, ¿qué fue eso?" Sofía se sintió un poco nerviosa.
- “Vayamos a verlo,” dijo Lucas, con un brillo de aventura en sus ojos.
Subieron las escaleras crujientes. Con cada paso, el silencio se hacía más profundo. Al llegar arriba, encontraron una puerta cerrada, y de detrás de ella venía el ruido. No sabían si abrirla o regresar.
"¿Y si es el hombre que espanta a todos?" susurró Sofía.
"Tal vez solo está solo y a nadie le gusta que lo molesten, igual que dice la leyenda,“ sugirió Juan.
Decidieron abrir la puerta. Al hacerlo, se encontraron frente a un cuarto lleno de libros antiguos. El ruido provenía de un gato que había derribado una pila de libros.
"¡Oh! Es solo un gato,” exclamó Lucas, aliviado.
"Se ve muy triste. Tal vez esté perdido,” dijo Sofía, mientras acariciaba al gato.
Mientras tanto, Don Ramón apareció en la puerta de la habitación.
"¿Qué hacen aquí, niños?" preguntó con voz fuerte, pero no furiosa.
"Lo sentimos, no queríamos molestar. Solo queríamos ver la casa,” contestó Juan con sinceridad.
- “No me gusta que entren sin avisar,” dijo Don Ramón, su expresión comenzando a suavizarse.
"Pero encontramos a este pobre gato solo. ¿No lo quiere adoptar?" preguntó Sofía.
Don Ramón observó al gato y, para sorpresa de los niños, sonrió.
- “Me encantaría. Dicen que los gatos traen suerte.”
Los niños, iniciando un diálogo, comenzaron a explicar que la casa no era tan aterradora como se decía, y que él podría compartirla con ellos. Don Ramón, poco a poco, comenzó a abrir su corazón.
"Tal vez puedo ser más amable. A veces, solo necesitamos compañía para estar felices,” admitió.
"¡Sí! Puedes invitarnos a jugar cada vez que quieras,” dijo Lucas emocionado.
Desde ese día, Don Ramón dejó de ser visto como el hombre que espanta a todos. Los niños lo visitaban a menudo, y juntos aprendieron sobre los libros que le encantaba leer. La casa dejó de ser embrujada y se convirtió en un lugar lleno de risas y aventuras.
El tiempo demostró que a veces, incluso las personas que parecen más serias pueden tener un gran corazón. Cada vez que escuchaban ruidos en el piso de arriba, sabían que solo era Don Ramón disfrutando de un nuevo libro acompañado de sus nuevos amigos. Y así, Don Ramón descubrió que la compañía es el mejor remedio para la soledad, y los niños aprendieron que no deben juzgar a una persona solo por su apariencia.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.