El Misterio de la Casa Encantada



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Martín que era muy curioso y valiente. Un día, mientras exploraba el vecindario, escuchó rumores sobre una casa embrujada al final de la calle.

"Dicen que un fantasma vive ahí", susurró su amigo Pedro, con ojos llenos de temor. "¿No tenés miedo, Martín?"

"¡Para nada!", respondió Martín con una sonrisa desafiante. "Voy a averiguar qué hay de cierto en eso".

Así que, un viernes por la tarde, después de hacer sus tareas, Martín se armó de valor y se dirigió a la misteriosa casa. Cuando llegó, el viento aullaba entre las viejas ramas de los árboles, y la puerta chirriaba asustadoramente. Sin embargo, Martín se recordó a sí mismo que la curiosidad era más fuerte que el miedo.

Al abrir la puerta, un frío repentino hizo que se le erizara la piel. La casa estaba llena de polvo y telarañas, y el silencio era tan profundo que podía oír su propio eco. Comenzó a explorar, y pronto notó algo extraño. Un leve brillo apareció en la sala de estar.

"¿Hola?", preguntó tímidamente, pero no recibió respuesta. Sin embargo, el brillo se intensificó, y de repente, un pequeño fantasma apareció. Tenía una cara amigable y ojos brillantes.

"¡Hola! Soy Emilito, el fantasma de esta casa", dijo con una voz suave. "No soy un fantasma aterrador, solo estoy aquí porque busco un amigo".

Martín se sorprendió, pero su curiosidad pudo más. "¿Por qué estás solo?"

"Esta casa ha estado vacía por muchos años, y todos me tienen miedo. Pero yo siempre quise jugar y contar historias", explicó Emilito con tristeza.

Martín pensó un momento y tuvo una idea. "¡Podrías ser mi amigo! Juntos podríamos invitar a todos los chicos del barrio a conocer la casa y a vos también".

Emilito se iluminó. "¿De verdad lo harías?"

"Claro! Nadie debería tener miedo de un amigo" dijo Martín.

Así que, al día siguiente, Martín organizó una reunión en el parque. Le contó a todos sobre Emilito y la casa. Al principio, todos se rieron y dijeron que no querían ir, pero Martín insistió.

"Pero si Emilito es un fantasma bueno! Y la casa tiene un montón de historias que contar. ¡Vengan, no se preocupen!".

Poco a poco, la curiosidad fue superando el miedo, y los chicos decidieron acompañar a Martín. Al llegar a la casa, varios se asustaron al ver la sombra de Emilito, pero Martín los llamó a que se acercaran.

"¡Miren! No tiene nada de miedo. ¡Es nuestro nuevo amigo!".

Los chicos comenzaron a reírse, y poco a poco, Emilito se fue ganando sus corazones. Fue así como todos juntos aprendieron a contar historias, jugar y disfrutar de la compañía. La casa, que alguna vez había parecido tenebrosa, se convirtió en el lugar más divertido del barrio.

Con el tiempo, la casa dejó de estar vacía, y Emilito ya no se sentía solo. Cada tarde, un grupo de niños corría hacia la casa, llenando sus pasillos de risas y juegos. "Gracias por darme una segunda oportunidad", dijo Emilito un día, mientras todos compartían historias.

"No es solo tu oportunidad, Emilito; ahora es nuestra, ¡somos amigos!", respondió Martín con entusiasmo.

Y así, la casa embrujada se transformó en un hogar lleno de alegría, donde las diferencias se apagaban con la amistad y donde la curiosidad iluminaba cada rincón.

Martín aprendió que no hay que dejarse llevar por los prejuicios y que toda persona o criatura, por extraña que sea, merece la oportunidad de ser conocida. Desde entonces, siempre llevaban a Emilito con ellos, recordando que la amistad puede surgir en los lugares más inesperados.

"Vamos a contarle a más chicos sobre nuestro amigo", sugirió Martín una tarde, y todos aplaudieron emocionados.

Así fue como Martín, Emilito y todos los niños juntos cambiaron la historia de la casa embrujada, convirtiéndola en un lugar de amistad y risas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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