El Misterio de la Casa Encantada



En un bosque frondoso cerca de la aldea de Villabajo, había una casa antigua y polvorienta que todos decían que estaba embrujada. Sus ventanas eran como ojos grandes y oscuros, y la puerta crujía con el más mínimo soplo de viento. María, Juan, José, Emilio y Graciela, un grupo de amigos inseparables, decidieron aventurarse hacia la casa una tarde de otoño.

"¿No les da un poco de miedo?" - preguntó Graciela, ajustándose el suéter.

"¡Vamos, Graciela! Solo son historias para asustar a los chicos!" - contestó José con una sonrisa desafiante.

"Sí, y quizás descubramos el verdadero secreto de la casa," - dijo María, muy entusiasmada.

Así que con cada paso, el grupo se acercó a la misteriosa casa. Cuando llegaron, notaron que la puerta estaba entreabierta, invitándolos a entrar.

"No puedo creer que estemos haciendo esto" - murmuro Emilio, un poco nervioso.

"No hay vuelta atrás, amigos" - dijo Juan, empujando la puerta con decisión.

Al cruzar el umbral, un aire frío los envolvió. La casa estaba llena de telarañas y objetos cubiertos de polvo. Una lámpara antigua parpadeó, y todos se miraron con temor.

"¿Leemos esos viejos libros de ahí?" - sugirió María, señalando una estantería llena de volúmenes.

"¡Sí! Tal vez tengan pistas sobre el misterio" - exclamó José, que siempre había sido el más curioso.

Mientras revisaban los libros, descubrieron uno que hablaba de un antiguo tesoro escondido en la casa.

"¡Un tesoro!" - gritó Graciela emocionada.

"¿Qué tal si lo encontramos?" - propuso Juan, brillando con la idea.

"Pero, ¿y si está maldito?" - se preguntó Emilio, siempre el más cauteloso.

Decididos a investigar, los amigos comenzaron a buscar pistas. En la cocina, encontraron una pista que los llevó al sótano.

"¿Estamos seguros de querer bajar?" - titubeó Graciela.

"Vamos juntos, ¡no hay nada que temer!" - aseguró María.

Descendieron las escaleras con cuidado. El sótano estaba oscuro, y al encender sus linternas, un destello llamó su atención. En una esquina, había un viejo baúl cubierto de polvo.

"¡Miren eso!" - dijo José, apuntando con su linterna.

Cuando abrieron el baúl, encontraron un montón de juguetes antiguos y publicaciones de la época de sus abuelos.

"No es oro ni joyas, pero... son cosas muy valiosas!" - dijo Emilio, muy emocionado.

"¡Exacto! Son recuerdos del pasado, que los niños de antes jugaban con ellos" - explicó Graciela, mirando un trompo de madera.

De repente, un ruido sordo resonó en el sótano, asustando a todos.

"¿Qué fue eso?" - preguntó Juan, con los ojos muy abiertos.

"Tal vez sea un fantasma!" - bromeó José, tratando de quitarle gravedad al asunto.

Decidieron investigar el ruido, y mientras eran valientes, vieron una sombra moverse.

"¡Es un gato!" - gritó Graciela, y todos se rieron.

"Parece que este lugar no está embrujado, a lo sumo... ¡es casa de un gato perdido!" - dijo María.

Con el nuevo amigo felino, salieron de la casa, llevándose consigo los juguetes y una gran aventura en sus corazones.

"Hoy aprendimos que lo que parece aterrador no siempre lo es" - reflexionó Juan mientras caminaban de regreso a casa.

"Y que los tesoros más valiosos no siempre son oro, sino los momentos que compartimos con amigos" - concluyó Graciela con una sonrisa.

A partir de ese día, la casa ya no era vista con miedo. Poco a poco, los niños de la aldea comenzaron a acercarse y jugar en el bosque, murmurando sobre la aventura de María, Juan, José, Emilio y Graciela, quienes habían transformado un lugar de temor en un sitio de amistad y aventura.

FIN.

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