El Misterio de la Ciudad Perdida



En un pequeño pueblo, los niños solían contar la leyenda de un misterioso hombre llamado Don Ramón. Era un señor de 45 años, con una apariencia que no se podía calificar como atractiva. Con su nariz torcida, ojos saltones y una risa peculiar, los chicos lo veían desde lejos, asustados, pero nunca entendieron del todo por qué. La bruja Teresa, la de la plaza, siempre decía: "Cuidado con Don Ramón, que le gusta coleccionar cosas raras, cosas que no se ven todos los días...." Pero no dejaba que la curiosidad les ganara.

Uno de esos niños era Miguelito, un pequeño aventurero lleno de preguntas. Un día, mientras jugaba en el parque, escuchó a sus amigos hablando sobre las “extrañas colecciones” de Don Ramón. "¿Qué tipo de colecciones?" -preguntó Miguelito."Dicen que tiene un sótano lleno de cosas espeluznantes. ¡Hasta dicen que colecciona pieles de criaturas!" -respondió su amiga Lucía, temblando de miedo.

Intrigado, Miguelito decidió averiguar la verdad. Una noche, cuando la luna brillaba más que nunca, reunió a su grupo de amigos. "Chicos, ¡vamos a investigar! No podemos tener miedo de algo que no entendemos. ¡Podemos ser valientes!" -dijo Miguelito con determinación.

Los niños, aunque asustados, siguieron sus pasos. Se acercaron a la casa de Don Ramón, que parecía abandonada. Al asomarse por la ventana, vieron un mundo extraño lleno de colores, texturas y sombras que danzaban. "¿Ves? No es tan malo, se ve interesante…" -susurró Joaquín, mientras los demás se acercaban.

De repente, la puerta se abrió. Allí estaba Don Ramón, mirándolos con sus grandes ojos y una sonrisa extraña. "¿Qué hacen aquí, pequeños aventureros?" -preguntó en un tono casi juguetón."¿Buscan colecciones?"

Los niños se quedaron mudos. Miguelito, temblando, le respondió: "Queríamos saber qué es lo que coleccionás…"

Don Ramón se rió suavemente y dijo: "¿Coleccionar pieles? No, eso es solo un mito. Me gusta coleccionar historias y aventuras. Cada niño que pasa por aquí trae consigo una historia única y diferente. Y las colecciono en forma de libros."

Los niños miraron sorprendidos. "Pero… ¿y las pieles?" -preguntó Lucía.

"¡Oh! Eso eran solo representaciones en mi arte. Me gusta hacer máscaras y disfraces, pero nunca he hecho nada malo. Cada una de esas cosas tiene una historia detrás, y me gusta contarlas a través de mis creaciones. ¡Por eso los invito a jugar y crear juntos!" -explicó Don Ramón.

A partir de ese día, Don Ramón se convirtió en el mejor amigo de los niños. Ellos, intrigados por las historias de su vida y sus misteriosas colecciones, pasaban horas aprendiendo a crear máscaras, disfraces, y a escribir sus propias historias. En vez de pieles, cada niño utilizaba su creatividad para transformar la realidad.

Don Ramón, a lo largo de los años, se convirtió en un querido abuelo del pueblo, mostrando a los chicos que la verdadera colección son las memorias y los momentos que comparten. Les enseñaba que una buena historia puede cambiarlo todo. Así, la leyenda de Don Ramón se transformó, no en un cuento de miedo, sino en un relato de amistades, creatividad y valentía. Y cuando Don Ramón partió de este mundo a los 80 años, dejó atrás un legado de historias y aventuras que impactaron a muchas generaciones.

FIN.

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