El Misterio de la Cocina
Era una noche tranquila y estrellada en la pequeña casa de Sofía. La chica había tratado de dormir, pero no podía dejar de escuchar un extraño sonido que venía de la cocina. La curiosidad y el miedo se debatían en su corazón. Se levantó pesadamente, su almohada aún abrazándola, y decidió investigar. Mientras caminaba, se decía: "¡Es solo un gato! Seguro que es solo un gato...".
Cuando llegó a la cocina, el ruido se detuvo de repente. Sofía miró a su alrededor, sintiendo que la oscuridad la rodeaba. Entonces, un pequeño chirrido rompió el silencio.
"¿Hola? ¿Hay alguien ahí?" - preguntó Sofía, con una voz temblorosa. Nadie respondió, pero el sonido regresó, esta vez más fuerte. Con valentía, Sofía se armó de valor y encendió la luz.
Para su sorpresa, encontró a su gato, Michi, jugando con un rollo de papel que había caído del mesón.
"Michi, ¡me asustaste! Estaba segura de que había un monstruo aquí" - rió Sofía aliviada. Pero la risa apenas empezó a salir de su boca cuando notó algo inusual: el rollo de papel estaba lleno de dibujos.
"Espera un minuto..." - murmuró. Se agachó para examinarlo mejor. Los dibujos eran de una chica volando, con alas de mariposa y rodeada de nubes. "¿Tú hiciste esto, Michi?" - Sofía le preguntó al gato, que la miraba con curiosidad.
Al día siguiente, Sofía se despertó llena de energía. Recordando los dibujos, decidió que quería dibujar más. Reunió todos sus lápices y papeles.
"Voy a ser artista, ¡voy a dibujar cosas increíbles!" - exclamó.
Mientras dibujaba, su creatividad comenzó a brillar. Cada línea que trazaba era una aventura. Creó mundos donde los árboles bailaban, los ríos cantaban y las estrellas le contaban secretos.
Pero había un día en particular que era especial. En su escuela, iba a tener un concurso de arte. Sofía estaba emocionada, pero también nerviosa.
"¿Y si no les gusta a los demás?" - pensó mientras miraba su trabajo.
Decidió llevar sus dibujos de la chica volando. Cuando llegó al concurso, había niños de toda la escuela con sus obras. Todos parecían tan seguros de sí mismos.
Sofía se sentó, temerosa de mostrar su trabajo. De repente, escuchó risas.
"Miren, la chica voladora, ¡qué raro!" - dijo un niño entre risas. Sofía sintió que se encogía, pero recordó las palabras de su mamá: "Cada uno es especial a su manera, cariño".
Así que Sofía se levantó y sonrió: "Sí, ¡es especial! Viaja a través de sus sueños y tiene un corazón valiente". La risa se apagó un momento y todos empezaron a mirarla con atención.
Comenzó a explicar su dibujo con más pasión de la que había imaginado. Al ver la emoción en su rostro, algunos niños se acercaron.
"¿Puedo volar también?" - preguntó una niña.
"¡Claro que sí! Solo tienes que imaginarlo despegando!" - respondió Sofía encantada.
Y así, en un giro inesperado, Sofía terminó organizando un taller donde todos podían dibujar su propia chica voladora. Con cada dibujo, la confianza creció entre sus compañeros. Al final, Sofía se dio cuenta de que no solo había compartido su arte, sino también una parte de sí misma. Y todo comenzó con un simple ruido en su cocina.
Aquella noche, mientras se preparaba para dormir, escuchó un pequeño ruido y sonrió. "Gracias, Michi, por darme coraje y un gran sueño". La chica entendió que, a veces, los miedos pueden ser la puerta hacia nuevas aventuras y talentos ocultos.
Y así, la pequeña Sofía se fue a dormir, sabiendo que cada día puede ser una sorpresa llena de color y posibilidades.
FIN.