El misterio de la cueva



Era un viernes por la noche, y un grupo de amigos, Santiago, Valentina, Nicolás y Luna, decidió pasarla juntos en casa de Santiago. La idea era hacer una noche de terror, llena de cuentos espeluznantes y juegos de miedo.

"¿Escucharon el cuento de la cueva misteriosa?" preguntó Valentina, entusiasmada.

"Sí, ¡es escalofriante! Dicen que hay un tesoro escondido allí, pero también un fantasma que lo cuida" dijo Nicolás, acercándose a la ventana con una linterna.

"¡Vamos!" propuso Luna. "Si hay un tesoro, ¡tenemos que ir a buscarlo!"

A todos les brillaron los ojos ante la idea de una aventura. Así que, armados de linternas y algunos bocadillos, salieron de la casa rumbo a la cueva que se hallaba a las afueras del pueblo.

Cuando llegaron, el aire era fresco y se escuchaba el crujir de las hojas bajo sus pies. La entrada de la cueva era oscura y misteriosa.

"¿Seguro que queremos hacer esto?" dudó Santiago.

"¡Sí!" afirmaron todos al unísono.

Entraron a la cueva y la atmósfera se volvió aún más intensa. Con cada paso, el eco de sus voces los hacía sentirse nerviosos.

"¿Y si nos encontramos con el fantasma?" preguntó Valentina, temblando un poco.

"No hay tal cosa, son solo historias para asustar a los chicos" trató de tranquilizarlos Santiago, aunque él también sentía un escalofrío recorrer su espalda.

De pronto, escucharon un ruido extraño, como un susurro.

"¿Qué fue eso?" dijo Nicolás, con los ojos bien abiertos.

"No sé, pero creo que lo mejor será salir de aquí..." propuso Luna, un poco asustada.

Pero en ese momento, del fondo de la cueva, una sombra se acercó. Todos los corazones latían rápido.

"¿Es un… fantasma?" susurró Valentina, sin poder contener el miedo.

"¡No! ¡Es mi hermano!" gritó Santiago, al darse cuenta que el que se acercaba era más bien un amigo de la escuela, Tomás, disfrazado de fantasma.

"Los vi entrar y quise hacerles un susto. ¡Ustedes son unos cobardes!" se burló Tomás, bajándose la manta de encima.

Los amigos soltaron un suspiro de alivio, pero también de risa. Pronto, la cueva se llenó de carcajadas.

"¿Y qué hacés aquí, Tomás?" le preguntó Nicolás, aún temblando de la risa.

"Estaba explorando la cueva por mí mismo. Dicen que hay un tesoro escondido" respondió Tomás.

"¡Eso es lo que venimos a buscar!" dijo Luna, emocionada otra vez por la aventura.

Sin dudarlo, el grupo decidió continuar la búsqueda del tesoro. Todos juntos, comenzaron a explorar la cueva.

Poco a poco, fueron encontrando pistas. Una antigua brújula, piedras brillantes y al final, tras un pequeño pasadizo, un cofre polvoriento.

"¡Lo encontramos!" gritó Valentina, mientras la emoción los invadía.

Al abrir el cofre, no encontraron oro ni joyas, sino algo aún más especial: una colección de libros antiguos sobre aventuras y misterios.

"Esto es mejor que cualquier tesoro" dijo Santiago, mientras hojeaban las páginas desgastadas.

"Es una invitación a seguir soñando y creando nuestras propias historias" añadió Luna.

Decidieron llevarse los libros a casa y crear su propia noche de terror con relatos inventados. Así, cada viernes se reunían, contando historias y viviendo aventuras juntos, sin miedo a lo desconocido.

Aquella noche, el miedo se convirtió en risa y la aventura en amistad.

Y así, el grupo aprendió que lo verdadero importante no era el tesoro, sino las experiencias compartidas y las historias que creaban juntos. Las risas y la valentía de encarar el miedo hicieron que cada noche fuera un final feliz.

FIN.

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