El Misterio de la Escuela Encantada



Era una vez un grupo de amigos: Lila, Tomás y Nico, que asistían a la misma escuela. Un día, mientras exploraban el antiguo gimnasio de la escuela, encontraron una puertita oculta detrás de un armario. La curiosidad los llevó a abrir la puerta, y un frío viento salió de dentro.

"¿Qué hay ahí adentro?" - preguntó Lila, con un brillo de emoción en sus ojos.

"No lo sé, pero no tengo miedo" - respondió Tomás, sonriendo bravamente.

"¡Vamos a averiguarlo!" - dijo Nico, dando un paso hacia la puerta.

Los tres amigos se asomaron y vieron un largo pasillo que parecía no tener fin. Lila, aventurera como era, tomó la delantera.

Mientras se adentraban, las luces comenzaron a parpadear.

"Esto es raro..." - murmuró Tomás.

"¡Pero emocionante!" - exclamó Lila.

De repente, un ruido sordo resonó detrás de ellos.

"¿Qué fue eso?" - preguntó Nico, asustado.

"No lo sé, pero seguimos adelante" - contestó Lila, muy decidida.

El pasillo terminó en una gran sala oscura. En el centro, había un viejo mural cubierto de polvo. Los amigos se acercaron y limpiaron un poco. El mural mostraba a niños de la escuela jugando felizmente, pero algo en sus expresiones les pareció extraño.

"Miren, parecen no estar contentos..." - observó Tomás.

"¿Y si está embrujado?" - se atrevió a sugerir Nico, recordando cuentos que había escuchado.

"Es simplemente un mural antiguo" - aclaró Lila, aunque su voz temblaba un poco.

Mientras discutían, una figura translucida apareció junto al mural. Era un niño de su edad que sonreía tristemente.

"Hola, ¿por qué están aquí?" - preguntó el niño.

"Nos perdimos... entramos por la puerta del gimnasio" - respondió Tomás, tratando de no mostrar su miedo.

"Esta sala guarda un secreto... yo solía jugar aquí, pero un día todos dejaron de venir..." - dijo el niño, con voz melancólica.

Los amigos miraron entre ellos, intrigados.

"¿Por qué?" - inquirió Lila.

"No sé. Tal vez olvidaron lo divertido que es jugar juntos..." - susurró el niño.

De repente, Lila tuvo una idea.

"¡Y si organizamos un gran juego para todos!" - propuso entusiasmada.

"¡Sí! Así los niños volverán a la escuela y se acordarán de lo que es divertirse" - agregó Tomás.

"Exacto, no podemos dejar que esta escuela se quede en el olvido" - insistió Nico.

El niño sonrió por primera vez.

"¿De verdad harían eso?" - preguntó, esperanzado.

"Sí, ¡saldremos a convocar a todos!" - exclamó Lila.

Decididos, los tres amigos regresaron a la superficie y empezaron a organizar un torneo de juegos. Desde fútbol hasta escondidas, invitaron a todos los alumnos a participar.

El día del evento, la escuela estaba repleta de risas y juegos. Todos se unieron, dejando atrás las diferencias. Algunos, al principio tímidos, pronto se sintieron parte de la fiesta.

"¡Mirá, ahí están los chicos del mural!" - dijo Tomás, señalando la figura del niño que lo miraba con alegría desde el fondo.

El torneo fue un éxito. Pero, mientras los amigos reían, el niño del mural se fue desvaneciendo poco a poco, aunque ya no lucía triste.

"¡Lo logramos! ¡Hicimos que todos volvieran!" - gritó Lila, llena de alegría.

"Y el mural ya no será un lugar de tristeza..." - concluyó Tomás, con una sonrisa.

Desde ese día, la escuela vibró con risas y juegos. Lila, Tomás y Nico continuaron organizando actividades, y nunca olvidaron al niño que los inspiró a reconstruir el espíritu comunitario.

Cada vez que pasaban por el gimnasio, miraban el mural con amor. No olvidaron que a veces, sólo se necesita un poco de valentía y un gran grupo de amigos para hacer una diferencia.

FIN.

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