El Misterio de la Estrella Brillante
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde la vida era paz y tranquilidad. La Navidad se acercaba y cada día, los habitantes decoraban sus casas con luces brillantes y cantaban hermosas canciones. Todos en el pueblo esperaban ansiosos la noche de Navidad, pero algo inusual sucedió un día.
Era el 15 de diciembre cuando Lía, una niña curiosa y aventurera, decidió dar un paseo por el bosque que rodeaba el pueblo. Mientras exploraba, un destello brillante llamó su atención.
- ¡Mirá, un lucero! - exclamó Lía, corriendo hacia la luz.
Al llegar, se dio cuenta de que no era solo una estrella, sino una esfera dorada que flotaba en el aire.
- Hola, pequeña - dijo la esfera con una voz dulce y melodiosa.
- Soy Estela, la guardiana de las luces de Navidad.
- ¡Qué increíble! - respondió Lía, totalmente asombrada.
Estela le explicó que cada año ella venía al pueblo para asegurarse de que las luces brillaran con fuerza durante la Navidad. Pero este año, sentía que algo faltaba.
- La alegría de la gente ha disminuido; se han olvidado de compartir y ayudar a los demás - explicó Estela.
- Necesito tu ayuda para devolver la chispa a este pueblo.
Lía sintió que había una misión importante ante ella y aceptó sin dudar. Juntas, idearon un plan.
- Primero, necesitamos recordarles a todos la importancia de la amistad y la unión - sugirió Lía.
- ¡Sí! Haremos una gran fiesta de Navidad y cada uno debe traer algo especial que quiera compartir - dijo Estela.
Lía corrió hacia el pueblo, llena de entusiasmo.
- ¡Chicos! - gritó al llegar al parque central. - ¡Vamos a hacer una fiesta de Navidad donde todos aportemos algo!
- ¿Pero qué podemos traer? - preguntó Tomás, su mejor amigo.
- ¡Cualquier cosa! Desde galletas hasta historias, cada uno puede aportar lo que más ama - contestó Lía con una gran sonrisa.
El día de la fiesta, el pueblo estaba lleno de luces, risas y un espíritu festivo. Todos habían traído algo especial:
- Yo traje mis galletas - dijo Valentina, una niña con un delantal cubierto de harina.
- ¡Y yo conté la historia de cómo conocí a Estela! - añadió Lía, creando una atmósfera mágica.
Los habitantes comenzaron a compartir más que solo comida; también historias, risas y amistades. Cada rincón del parque se llenó de alegría.
Estela, desde su lugar, observaba emocionada.
- ¡Mirá cómo brillan las luces! - exclamó.
- ¡Es mágico! - respondió Lía, sintiendo el calor de la comunidad.
Mientras la fiesta continuaba, Lía se dio cuenta de algo extraordinario:
- ¡Estela! Las luces están más brillantes.
- Eso es porque han recuperado la alegría en sus corazones - dijo Estela.
Finalmente, cuando la noche llegó, el pueblo iluminado con velas y luces navideñas se convirtió en un espectáculo impresionante. Todos bailaron y cantaron canciones de Navidad, incluyendo a Estela, quien iluminaba el cielo con estrellas fugaces.
- ¡Gracias, Lía! - dijo Estela antes de irse. - Has devuelto la magia de la Navidad a este pueblo. Nunca olviden lo importante que es compartir y ayudar a otros.
Con un destello brillante, Estela desapareció, dejándolos a todos con una sonrisa en sus rostros. Lía, emocionada, supo que había hecho una gran diferencia.
Desde ese día, el pueblo no solo celebra la Navidad, sino que también mantiene viva la tradición de ayudar y compartir durante todo el año. Cuando llega diciembre, cada casa se ilumina, no solo con luces, sino con el amor y la amistad que todos comparten. Y así, vivieron felices, siempre recordando la lección que Estela les dejó:
- La verdadera magia de la Navidad está en el corazón de cada uno.
FIN.