El misterio de la fe



Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo, vivía un hombre llamado Tomás. Era un hombre incrédulo que no creía en nada que no pudiera ver o tocar.

Un día, sus amigos le contaron que Jesús, a quien habían seguido durante mucho tiempo, había resucitado de entre los muertos. Tomás no podía creerlo. - ¡No puedo creer en algo tan increíble sin pruebas! - decía una y otra vez. Pasaron ocho días y, de repente, Jesús apareció ante ellos.

- Tomás, ven aquí - dijo Jesús con calma. Tomás se acercó con escepticismo. - Mira mis manos, pone tu dedo en la herida de los clavos - le dijo Jesús. Tomás, sorprendido, lo hizo.

- ¿Y ahora mi costado? - preguntó Jesús. Tomás extendió su mano y tocó la herida. En ese momento, la incredulidad de Tomás desapareció. Había visto y tocado a Jesús.

Desde ese día, Tomás entendió que no siempre es necesario ver para creer, a veces, la fe es suficiente.

FIN.

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