El Misterio de la Luz Azul
Era un día de lluvia fuerte en el barrio. Las nubes grises cubrían el cielo como una manta y el sonido de las gotas en el techo era casi como una canción de cuna. En una casita pequeña, mi abuelita estaba durmiendo plácidamente en su cama, que estaba justo cerca de la puerta.
De repente, un estruendo retumbó desde el cielo: ¡un rayo había caído muy cerca! La habitación se iluminó con una luz azul brillante de unos 10 centímetros que danzó en el aire.
Al principio, mi abuelita no se dio cuenta. Pero cuando despertó, vio aquella luz y se preguntó:
"¿Qué será esto?"
Apenas acomodándose, decidió investigar. A medida que se acercaba a la puerta, la luz comenzó a moverse, como si tuviera vida propia.
"¡Espera, luz azul!", exclamó mi abuelita, "¡no te vayas!".
La luz, en lugar de huir, se detuvo y flotó frente a ella, como si estuviera jugando. Mi abuelita jamás había visto algo así y su curiosidad superó cualquier miedo.
Al mirar más de cerca, notó que la luz creaba un pequeño camino de brillo que la guiaba hacia el patio trasero. Decidida a seguirla, abrió la puerta.
Cuando salió, se encontró con algo sorprendente: el jardín, normalmente lleno de flores, ahora relucía con un resplandor mágico. En el centro, donde la luz había caído, había un círculo de tierra que parecía estar brillando con un tono dorado.
"¿Qué es esto?", se preguntó.
"¡Quizás hay un tesoro!", dijo su gato, Miau, que la había seguido.
Con una pala que tenía guardada, empezó a cavar. Cada vez que la pala tocaba el suelo, pequeñas chispas azules salían volando, iluminando el lugar.
De repente, se escuchó otro trueno, y mi abuelita, temerosa, pero emocionada, gritó:
"¡Cuidado, Miau! No te acerques tanto, puede ser peligroso!"
Miau, curioso como siempre, saltó a su lado. Juntos siguieron cavando y, sorprendentemente, encontraron una antigua caja de madera cubierta de tierra.
"¡Mirá, Miau!", dijo mi abuelita con la voz llena de emoción, "¡es una caja!".
Con cuidado, la abrió y dentro encontró monedas, joyas y otros objetos brillantes.
"¡Esto debe ser el tesoro que cuentan las leyendas!", exclamó.
Pero en ese instante, la luz azul empezó a desvanecerse lentamente. Mi abuelita se dio cuenta de algo importante.
"Miau, no se trata de quedarnos con todo esto. Este tesoro debe ser compartido con los demás", dijo con determinación.
Así que, a la mañana siguiente, mi abuelita y Miau decidieron donar parte del tesoro a una fundación que ayudaba a los niños del barrio.
"Si hay algo que he aprendido hoy, es que la verdadera riqueza está en dar y compartir", comentó mi abuelita.
"¡Sí, abuela!", respondió Miau, meneando la cola y emocionado por ser parte de tan noble causa.
Desde ese día, mi abuelita cada vez que escuchaba el sonido de la lluvia, sonreía, recordando cómo la luz azul había traído no solo un tesoro, sino también una lección valiosa sobre la generosidad.
Y así, el barrio se llenó de alegría, gracias a un día de lluvia y un rayo que iluminó el camino hacia el verdadero tesoro: el amor y la amistad.
Fin.
FIN.