El Misterio de la Luz en la Biblioteca



Era una tarde tranquila en San Felipe. Lucas, Emilio y Diego, tres amigos inseparables que siempre buscaban aventuras, decidieron ir al parque después de la escuela. Mientras jugaban, escucharon a la señora Gómez, una vecina muy querida, hablando en voz baja con el cartero.

- Anoche vi una luz extraña dentro de la biblioteca - decía la señora Gómez, susurrando con tono misterioso.

Intrigados, los chicos se miraron entre sí. Nunca habían visto una luz en la biblioteca, que siempre parecía tan aburrida y silenciosa después de horas.

- ¿Qué será eso? - preguntó Emilio, con los ojos bien abiertos.

- ¡Tenemos que investigarlo! - exclamó Lucas, su entusiasmo desbordando.

- ¿Y si es un fantasma? - dijo Diego, un poco asustado.

Los tres amigos discutieron durante un rato, pero finalmente decidieron que la curiosidad podía más que el miedo.

Ya era de noche cuando llegaron a la biblioteca. La luna brillaba en el cielo, y el viento hacía crujir los árboles. La biblioteca tenía un aspecto misterioso, con sus muros altos y sus grandes ventanas oscuras. Lucas, valiente como siempre, empujó la puerta principal, que chirrió al abrirse.

- ¡No hay nada que temer! - dijo, tratando de sonar más seguro de lo que realmente sentía.

Entraron con cautela, y enseguida notaron que el ambiente era diferente a lo que recordaban. Había una luz tenue en una esquina, y un suave murmullo llenaba el aire.

Al acercarse, se dieron cuenta de que la luz provenía de un grupo de libros que parecían brillar.

- ¡Miren eso! - gritó Emilio, señalando los libros que danzaban en el aire, como si estuvieran vivos.

- ¿Cómo es posible? - preguntó Diego, cada vez más asombrado.

Los chicos no podían creer lo que veían. Los libros, de diferentes colores y tamaños, estaban flotando, y a medida que se acercaban, comenzaron a abrirse, mostrando ilustraciones y palabras que vibraban con energía.

- ¡Es como si nos estuvieran llamando! - dijo Lucas, intentando tocar un libro, pero, al hacerlo, este se cerró de golpe.

- Tal vez quieren que leamos las historias - sugirió Emilio, su voz llena de emoción.

Decididos a descubrir más, Lucas, Emilio y Diego se sentaron en el suelo, rodeados de los libros. Primero, cada uno eligió un libro. Al abrirlo, las historias cobraron vida; personajes mágicos salieron de las páginas, llenando la sala de luces y colores.

- ¡Esto es increíble! - exclamó Diego, mientras un dragón amistoso volaba sobre ellos.

- ¡Tenemos que compartirlo con todos! - dijo Lucas, con una gran sonrisa.

Pero entonces, la luz comenzó a disminuir, y los personajes empezaron a desvanecerse. Los chicos miraron preocupados alrededor.

- ¿Por qué se están yendo? - preguntó Emilio, angustiado.

- Tal vez se irán si no seguimos leyendo - sugirió Lucas.

Los amigos rápidamente comenzaron a leer en voz alta a los personajes que estaban comenzando a desaparecer. Cada uno leyó en voz alta, y la biblioteca se llenó nuevamente de luz y alegría.

- ¡Esto es un hechizo de amistad! - gritó Diego, dándose cuenta de que mientras compartieran las historias, todo volvería a brillar.

Finalmente, luego de reír y leer con energía, la biblioteca cobró vida. Los personajes, ahora felices, les agradecieron.

- Nunca dejen de contar historias - dijo un sabio anciano de un libro de cuentos. - Las historias son magia, y su amistad hace que esa magia crezca.

Los chicos, llenos de emoción y aprendizajes, decidieron que cada semana irían a la biblioteca a contar historias juntos. Así, no solo descubrían nuevas aventuras, sino que mantenían viva la magia de leer.

Al salir de la biblioteca, Lucas, Emilio y Diego se miraron con complicidad y sonrisas, sabiendo que habían encontrado un lugar especial donde la amistad y la imaginación podían brillar.

- ¡Somos un gran equipo! - dijo Lucas.

- ¡Sí! - respondieron al unísono Emilio y Diego.

Desde ese día, la biblioteca de San Felipe no solo fue un lugar de libros, sino también un centro de aventuras, risas y un mundo lleno de fantasía, donde los tres amigos compartirían sus sueños cada semana.

FIN.

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