El Misterio de la Margarita Mágica



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de cerros, un niño curioso llamado Angelino y su mejor amigo Antonio. Un día decidieron escalar el cerro más alto para buscar aventuras. Mientras ascendían, platicaban sobre los animales que podrían encontrar y cómo sería su vida si tuvieran superpoderes.

"Imaginá que podemos volar como los pájaros", dijo Antonio con ganas.

"O que pudiéramos hablar con los animales!", contestó Angelino emocionado.

Los niños continuaron subiendo, disfrutando de la belleza del paisaje hasta que, de repente, se encontraron con un zorro. Era un pequeño zorro de pelaje anaranjado brillante, que los miraba con curiosidad.

"¡Mirá, un zorro! Nunca había visto uno tan cerca!", exclamó Angelino.

"¿Qué crees que nos quiere decir?", preguntó Antonio mientras se acercaba poco a poco.

El zorro, sin embargo, no parecía peligroso. Se movía de un lado a otro como si estuviera llamando su atención. Angelino y Antonio decidieron seguirlo. El zorro los guió a través de unos arbustos y, sin darse cuenta, cayeron por un pequeño abismo.

"¡Ay!", gritó Antonio mientras caía.

"¡Sujetémosnos!", respondió Angelino mientras se aferraban a un manojo de hojas y flores.

Cuando finalmente llegaron al fondo, se dieron cuenta de que habían caído en un campo lleno de margaritas brillantes. En el centro, había una margarita que resplandecía más que las demás.

"¿Viste eso? Estaba casi iluminada", dijo Angelino.

- “¿Te imaginás que a lo mejor tiene algo mágico?", bromeó Antonio sonriendo.

Sin embargo, poco a poco se dieron cuenta que algo extraño estaba sucediendo. Sentían que sus cuerpos cambiaban. Antes de que pudieran volver a preguntarse lo que ocurría, se encontraron en el agua de un charco invitante.

"¿Qué está pasando?", gritó Antonio.

"¡Mirá nuestras patas! ¡Son de sapo!", contestó Angelino perplejo.

Ambos se miraron y comenzaron a reírse de lo ridículo de la situación. Habían sido transformados en sapos. Pero pronto se dieron cuenta de que también podían saltar a grandes distancias y nadar con facilidad.

"Esto es raro, pero ¡estamos saltando como locos!", dijo Antonio, mientras disfrutaba del nuevo cuerpo.

"Sí, pero, ¿cómo vamos a volver a ser humanos?", preguntó Angelino.

Mientras exploraban su nuevo entorno, se encontraron nuevamente con el zorro. Esta vez, parecía más amigable que antes.

"¿Vos nos trajiste aquí?", le preguntó Angelino.

- “Sí, pero no se asusten. Esta margarita les enseñará algo especial", respondió el zorro con una voz suave.

Angelino y Antonio, aún confundidos, decidieron seguir al zorro. Él los llevó a otros animales que también habían sido transformados. Había un ave que no podía volar, un ratón que no podía correr, y muchas criaturas que habían perdido sus habilidades.

"¿Por qué estamos aquí?", preguntó Antonio al zorro.

"Para aprender que no importa cómo nos veamos, lo que realmente importa es lo que llevamos dentro", explicó el zorro.

Y así, se dieron cuenta de que podían ayudar a sus nuevos amigos. Con sus saltos, estaban en la mejor posición para alcanzar hojas altas y compartirlas con el ave. También, podían hacer que los ratoncitos se sintieran más valientes en el agua.

Con cada pequeño acto, los niños se sentían más felices y menos preocupados por su apariencia. Después de ayudar a sus nuevos amigos, Angelino y Antonio regresaron al lugar donde estaba la margarita mágica.

"¿Podemos volver a ser nosotros mismos?", preguntó Angelino.

"Solo si realmente entienden la lección", respondió el zorro.

Los niños, agradecidos y emocionados, le dijeron al zorro lo que habían aprendido: que cada uno tiene valor, sin importar cómo luzca. El zorro sonrió:

"Entonces, con el poder de esa verdad, la magia volverá a ustedes."

Al instante, un brillante destello envolvió a los niños y, en un abrir y cerrar de ojos, volvieron a su forma original. Al llegar nuevamente al cerro, rieron y recordaron su aventura mágica.

"¿Te imaginas contar esto?", le dijo Antonio a su amigo.

"Sí, pero sobre todo, nunca olvidaré que lo importante es lo que hay dentro de cada uno", respondió Angelino con una sonrisa.

Desde ese día, Angelino y Antonio nunca dejaron de explorar, de ayudar a otros, y recordaron siempre que cada ser tiene su propia belleza y valor. Y así, el zorro se convirtió en su amigo secreto, vigilando desde los cerros, recordándoles lo hermoso de la amistad y el entendimiento.

Y colorín colorado, esta aventura ha terminado.

FIN.

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