El Misterio de la Merienda Perdida
Era un día soleado en la Escuela Primaria Estrella Brillante y todos los chicos estaban emocionados por la merienda. Cada uno traía algo delicioso para compartir: galletitas, sándwiches y frutas frescas. Pero ese día, dos galletitas de chocolate de Lila, la mejor cocinera de la clase, desaparecieron de su mochila. Eso fue un enigma que no se podía dejar pasar.
Lila miró alrededor y, con mirada decidida, se acercó a sus amigos.
"¡Chicos! ¡Mis galletitas se han esfumado! Necesitamos resolver este misterio antes de que la merienda termine", exclamó Lila, con un tono de detective en su voz.
Mateo, quien siempre había querido ser un detective, se animó al instante.
"Yo puedo ayudarte, Lila. ¡Seremos los mejores detectives!" dijo Mateo, infundiéndose de valor. "Primero, debemos buscar pistas. ¿Dónde la dejaste?"
"La guardé en mi mochila, justo aquí al lado de la ventana", respondió Lila, señalando el lugar.
Juntos comenzaron su investigación. Recorrieron la clase, preguntando a sus compañeros.
"¿Viste a alguien raro cerca de mi mochila?", inquirió Lila a Luca, el compañero que siempre estaba cerca del recreo.
"No, pero recuerdo que Mía pasó por ahí antes de las clases", contestó Luca con una mueca pensativa.
Mateo apuntó todo en su cuaderno de notas, un pequeño cuaderno de ventas que usaba para sus investigaciones.
"Primero, vamos a interrogar a Mía", sugirió Mateo, decidido. Al poco rato, se encontraron con Mía en la sala de juegos.
"Hola, Mía, ¿puedes ayudarme? Mis galletitas desaparecieron y tú pasaste por mi lugar antes de merendar", le dijo Lila, mirando a sus ojos llenos de curiosidad.
Mía se cruzó de brazos, haciendo un gesto de defensa.
"¡Yo no tengo nada que ver con eso! Pero... vi a Tomás merodeando por allí", afirmó Mía, un poco nerviosa.
"Vamos a buscar a Tomás", dijo Mateo, muy confiado. Y así lo hicieron. Encontraron a Tomás construyendo un castillo de bloques en el patio de la escuela.
"Tomás, ¿tú te llevaste las galletitas de Lila?" preguntó Mateo, con una ceja levantada.
Tomás miró confundido.
"Yo no. Solo estaba jugando por aquí. ¡No tengo idea de lo que hablas!" se defendió.
Mateo respiró hondo, sintiéndose un poco frustrado. Pero Lila, que no se dio por vencida, observó cuidadosamente el patio y vio algo brillante debajo de un banco.
"¡Esperen un segundo!", gritó, corriendo hacia el banco. Cuando se agachó, sacó un pedazo de papel celofán dorado. "¡Esto es de mis galletitas!"
Con el papel en la mano, Lila sintió que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.
"¿Quién más tiene envoltorios dorados en su merienda?" preguntó Lila a sus amigos.
Mateo recordó algo.
"¡María siempre trae caramelos envueltos en papel dorado!" exclamó Mateo mientras corría hacia María.
María estaba sentada en un banco, comiendo un caramelo. Al ver a Lila y Mateo acercarse, sonrió.
"¡Hola, chicos! ¿Qué los trae por aquí?" preguntó ingenuamente.
"María, una de mis galletitas ha sido llevada de mi mochila y encontré este papel dorado cerca", le dijo Lila, levantando el papel.
María se sonrojó y bajó la mirada.
"Lo siento, Lila... Estaba muy rico y no me di cuenta. ¡No quería hacerte sentir mal!" explicó María con ojos grandes.
Lila se sintió triste, pero también comprendió.
"No importa, María. ¡Pero la próxima vez, avísame! Podemos compartirlas todos juntos," dijo Lila, con una sonrisa cálida.
Mateo sonrió, satisfecho de haber desentrañado el misterio. Así aprendieron que a veces las cosas no son lo que parecen y que lo mejor es siempre comunicarse. Después de todo, ¿qué es una merienda sin amigos?
Finalmente, todos compartieron sus meriendas. Cada uno trajo algo y disfrutaron de un festín junto al árbol del parque de la escuela. ¡La amistad y compartir era el mejor remedio para cualquier misterio!
FIN.