El Misterio de la Pelota Perdida
Era un día soleado de 1954 en la Escuela 163 Tiscornia, en La Paz. Juan y Pedro no podían resistirse a la tentación de salir al patio a jugar a la pelota.
"¡Vamos al recreo, no le digamos a la maestra!" - dijo Juan con una gran sonrisa.
"Sí, es solo un ratito. Después volvemos a clase" - respondió Pedro, corriendo hacia la salida.
Mientras tanto, en el aula, la maestra, la señora Fernández, se dio cuenta de que los chicos no estaban.
"Carmen, ¡anda a buscar a Juan y a Pedro!" - pidió la maestra con preocupación.
Carmen, siempre obediente, asintió y salió en su búsqueda. Sin embargo, Juan y Pedro, sintiéndose astutos, decidieron esconderse en el sótano, lejos de los ojos de la maestra.
"Aquí nadie nos encontrará" - comentó Juan, mientras respiraban el aire fresco del sótano.
Pero un fuerte viento sopló y cerró la puerta tras ellos, dejándolos atrapados en la oscuridad.
"¡Oh no! ¡Estamos atrapados!" - gritó Pedro, asustado.
A pesar del miedo, con el tiempo, se hicieron fuertes. Pero las horas pasaron y Carmen no pudo encontrarlos. La escuela terminó su jornada y la noticia de su desaparición voló rápidamente por el vecindario. Con el paso de los días, Juan y Pedro se convirtieron en leyenda; se decía que sus fantasmas seguían vagando por los pasillos de la escuela.
Pasaron los años y la Escuela 163 fue cerrada y olvidada. Hasta que en el año 2024, un grupo de alumnos de 2°C fue asignado a limpiar el viejo edificio como parte de un proyecto escolar.
Mientras barrían el sótano, uno de ellos, Sofía, tropezó con algo.
"¡Miren!" - exclamó, levantando una pelota vieja y polvorienta. "Es la pelota de Juan y Pedro!"
Los demás la rodearon, intrigados.
"¿Quiénes son Juan y Pedro?" - preguntó Tito, curioso.
"Son leyendas de la escuela, se dice que nunca volvieron a salir de aquí" - explicó Kiki, emocionada.
Decididos a descubrir la verdad, los chicos comenzaron a investigar. En las paredes del sótano encontraron mensajes escritos a mano, como si fueran notas de los dos amigos.
"¡Hay que hacer una obra!" - sugirió Sofía. "Contemos su historia y liberemos sus espíritus!"
Así, con la ayuda de su maestra, organizaron una representación teatral. Cada uno de los alumnos asumió un papel; unos eran Juan y Pedro, otros Carmen y la señora Fernández. Se ensayaron diálogos y las leyendas que rondaban la escuela.
Llegó el día de la función, y los pasillos de la escuela estaban llenos de padres y vecinos. Los chicos representaron la historia de cómo Juan y Pedro jugaron en el sótano, cómo se asustaron y decidieron hacer del sótano su hogar, pero también cómo nunca se rindieron en su amistad, incluso en los momentos más oscuros.
Al final de la obra, cuando las luces se apagaron, un viento suave pasó por el auditorio, y muchos aseguraron haber escuchado un susurro alegre.
"¡Gracias!" - pareció decir una voz lejana.
Los niños se miraron entre sí, llenos de emoción. Habían logrado no solo contar la historia de Juan y Pedro, sino también rescatarlos de la tristeza que los mantenía atrapados.
Desde ese día, la pelota fue un símbolo de amistad y unión en la Escuela 163. No solo recordaron a Juan y Pedro, sino que sus risas y juegos parecieron llenar los pasillos, y la escuela volvió a brillar con vida. Los fantasmas de la tristeza se fueron, para dar paso a la alegría y el compañerismo.
La historia de Juan y Pedro se convirtió en una lección invaluable para todos: nunca perder de vista la importancia de la amistad, la comunicación y la alegría de jugar. Y así, en cada recreo, siempre sonará el eco de risas en el patio, haciendo que todos se sientan parte de un gran juego juntos.
FIN.