El Misterio de la Sabiduría
Había una vez un estudiante llamado Tomás, que vivía en un pequeño pueblo llamado Sabiduría. A Tomás le gustaba jugar al fútbol y pasear por el parque, pero nunca se sentía bien cuando llegaba a casa y veía la montaña de tareas que lo esperaban. Un día, mientras caminaba pensando en sus problemas, se encontró con un extraño anciano sentado en una banca del parque.
"Hola, joven", dijo el anciano con una voz suave. "¿Qué pesa en tu mente?"
Tomás se detuvo y le explicó su frustración con las tareas. "Me parecen aburridas y no entiendo para qué sirven. Solo quiero jugar al fútbol."
El anciano, que se presentó como el Filósofo del Parque, sonrió con atención. "¿Sabés qué es la filosofía, Tomás?"
"No mucho, sólo suena complicado. Pero, ¿me ayudaría con mi tarea?"
"¡Quizás! La filosofía es el arte de preguntarse, de buscar respuestas más allá de lo obvio. Te invito a un juego de preguntas y respuestas. Si lográs encontrar el sentido, quizás lo disfrutés más."
Intrigado, Tomás aceptó el reto. El Filósofo le explicó conceptos básicos de la filosofía de una manera simple y divertida. "Imaginate que cada tarea es una pregunta del universo que quiere que respondás. Formulá tus propias preguntas. Como por ejemplo: ¿por qué estudió esto?"
Tomás empezó a ver sus tareas como una forma de exploración. En lugar de sentirse abrumado, comenzó a hacer preguntas mientras estudiaba. Por ejemplo, al leer sobre historia, se preguntaba "¿Qué hubieran hecho otros jóvenes en su lugar?"
Al principio parecía divertido, pero se encontró con un gran desafío cuando tuvo que estudiar sobre geometría. "¿Para qué sirve esto en mi vida?"
Se sintió perdido, pero volvió al parque a buscar ayuda del anciano. "No entiendo por qué debo aprender de ángulos y figuras. ¡Nunca los usaré!"
El Filósofo sonrió levemente. "Tomás, todo tiene un propósito. La geometría es un lenguaje. Imaginá que querés construir un mural en el club de fútbol de tu barrio. Para eso necesitás saber de medidas y ángulos. ¿Ves?"
Tomás reflexionó y respondió "Así es, siempre hay algo más detrás de lo que parece sencillo. Entonces, debería preguntarme sobre cada cosa, ¿verdad?"
"Exactamente. La filosofía te da la herramienta para cuestionar y entender. Ahora, intentá encontrar otros ejemplos."
Motivado por la conversación, Tomás empezó a relacionar las materias con sus pasiones. En arte, se preguntó "¿Qué mensaje quiere dar el artista?" Y en matemáticas, "¿Cómo puedo aplicar esto a mis juegos de fútbol?"
El estudio empezó a ser un juego y no una carga. Las calificaciones mejoraron, y lo mejor de todo, se divertía aprendiendo. Un día, decidió llevar al Filósofo a su escuela, para compartir esta nueva forma de ver la educación.
Sin embargo, un problema apareció cuando sus compañeros no estaban tan emocionados con la filosofía. "¡Esto es un embole! No necesito preguntarme nada. Solo quiero que me enseñen para pasar la materia."
Tomás, sintiéndose frustrado, dijo "Chicos, ¿y si les dijera que entender puede hacer que todo esto sea más divertido? Al menos intentemos."
La mayoría los miró escépticos. Sin embargo, Tomás decidió organizar un club de lectura en el que todos pudieran hacer preguntas y discutir sobre lo que aprendían juntos. Poco a poco, los chicos comenzaron a disfrutar de sus estudios, cada vez más. "Hmm, esto no está tan mal, eh."
Finalmente, llegaron a ser más que un simple grupo de estudio y se convirtieron en buenos amigos. El director de la escuela decidió celebrar su esfuerzo al organizar un “Día de la Filosofía”. Un evento donde alumnos de diferentes grados expondrían preguntas que les apasionaban mientras debatían con el resto de los estudiantes. Todos se unieron a la idea y el día fue un éxito.
Tomás sintió un gran orgullo, entendiendo que la filosofía no solo lo había ayudado a él, sino también a sus amigos. El anciano aparecía todos los días en el parque y lo miraba desde lejos, como si supiera lo que había logrado. Un día, se despidió de Tomás. "Han crecido mucho, no dejen de hacerse preguntas. La sabiduría es un viaje, no un destino."
Desde ese entonces, Tomás nunca dejó de explorar, de cuestionar, y lo más importante, aprendió a disfrutar del proceso de la enseñanza. La filosofía se convirtió en su compañera de estudio y la alegría en su manera de aprender.
Conclusión: La filosofía no solo le ayudó a Tomás a comprender mejor sus estudios, sino también a formar lazos más fuertes con sus compañeros. Aprendió que hacerse preguntas podía transformarlo en un estudiante más curioso y, sobre todo, un mejor amigo. En su pequeño pueblo de Sabiduría, nunca se volvió a ver el aprendizaje como una carga, sino como una aventura por descubrir.
FIN.