El Misterio de la Sangre en el Cuarto
Era una mañana como cualquier otra cuando María se despertó y notó algo extraño en su habitación. Al abrir los ojos, se encontró con unas pequeñas gotas de sangre esparcidas por el suelo. Su corazón comenzó a latir más rápido de lo normal, pero la curiosidad pudo más que el miedo.
- ¿Qué habrá pasado aquí? - murmuró para sí misma, mientras se levantaba de la cama con cautela.
Salió al pasillo, y lo primero que vio fue a su querido gato, Misi, acurrucándose en un rincón. Sin embargo, algo no estaba bien. Misi tenía sangre en su hermoso pelaje blanco. María se acercó rápidamente y lo acarició.
- Misi, ¿qué te pasó? - preguntó angustiada.
El gato no respondía, solo la miraba con esos ojos grandes y confundidos. Fue entonces cuando se percató de su propio reflejo en el espejo que colgaba en la pared.
Su corazón se detuvo por un instante. El rostro que miraba reflejado no era el de la niña alegre que siempre había conocido. Su cara estaba desfigurada, como si alguien hubiera pintado sobre ella con trazos gruesos y borrosos.
- ¡Ay no! - gritó María, dando un paso atrás.
Desconcertada, decidió que debía saber qué había sucedido. Corrió hacia su madre, que estaba en la cocina.
- Mamá, ¡Misi tiene sangre en el pelaje y yo… - dijo con un hilo de voz.
- ¿Qué? ¡María, calma! - respondió su madre mientras dejaba caer la cuchara. - Vamos a revisar.
Juntas volvieron al pasillo. Al llegar, Misi estaba sentado tranquilamente y la sangre en su pelaje parecía haber desaparecido.
- Pero… ¿dónde está la sangre? - preguntó María, confundida.
- A lo mejor te asustaste de más, cariño. - dijo su madre con cariño. - A veces, nuestra imaginación puede jugar con nosotros.
María se miró de nuevo en el espejo. Su rostro seguía igual de extraño.
- No puede ser solo mi imaginación. - respiró profundamente, mientras pensaba que tal vez era el resultado de un sueño extraño.
Decidida a descubrir la verdad, se stripó hacia la ventana. Afuera, los niños del barrio jugaban alegremente. Llamó a su amigo, Tomás, que estaba cerca.
- Tomás, ¡ven acá! - gritó María con entusiasmo.
- ¿Qué pasó? - preguntó Tomás, acercándose rápidamente.
- Misi tiene sangre y yo… no me siento bien.
Tomás la miró curioso, luego sonrió y dijo:
- Tal vez Misi es un superhéroe que protege la casa y tiene que disfrazarse con pintura para parecer uno.
María empezó a reír y se sintió un poco más tranquila. Pero su rostro seguía desfigurado cada vez que miraba al espejo.
- Tal vez si dejamos que Misi también tenga un superpoder como el de los héroes de los cuentos. - continuó Tomás, bromeando. - Podemos pintarle un disfraz.
Eso les dio una idea. Las dos se pusieron a pintar un disfraz de superhéroe para Misi con pinceles y pintura. Mientras se divertían, de repente, el rostro de María se reflejó en el espejo y vio que ya no estaba desfigurado.
- ¡Mira, Tomás! ¡Mi cara ha vuelto a la normalidad! - gritó entusiasmada.
- ¡Ves! Era solo un efecto de luz y de tu imaginación.
Ambos comenzaron a reír a carcajadas y decidieron hacer una tarde de manualidades. Se olvidaron de la historia de la sangre y de los rostros desfigurados. De hecho, María aprendió que a veces nuestras mentes pueden sorprendernos y que la creatividad podía transformar una mañana aparentemente aterradora en una jornada de creación y amistad.
Al final del día, mientras caía el sol, María acarició a Misi, ahora vestido como un verdadero superhéroe.
- Todos tenemos un poder dentro, incluso si alguna vez parece que no. - sonrió mientras miraba a su amigo.
Y así, esa mañana se convirtió en una hermosa historia que compartirían con todos, recordando siempre la magia de la imaginación y la amistad.
FIN.