El misterio de la varita perdida
En un pequeño pueblo llamado Pueblo Alegre, vivía Rodrigo, un niño con una imaginación tan grande como el cielo y con pensamientos mágicos positivos que lo acompañaban a donde fuera.
Cada día, en su camino a la escuela, Rodrigo tenía aventuras extraordinarias que solo él podía ver. Una mañana soleada, mientras caminaba por la calle principal del pueblo, vio a una anciana sentada en un banco con un bastón brillante apoyado a su lado.
La anciana parecía triste y cansada. Rodrigo se acercó a ella con curiosidad y cariño. "Hola, señora ¿está bien? ¿Puedo ayudarla en algo?" -preguntó Rodrigo con amabilidad. La anciana levantó la mirada y le sonrió débilmente.
"Oh, joven Rodrigo, soy Doña Rosa. Estoy buscando mi varita mágica perdida; sin ella no puedo hacer magia para ayudar a los demás". Rodrigo se sorprendió al escuchar sobre la varita mágica de Doña Rosa.
Sin dudarlo un segundo, decidió ayudarla en su búsqueda. Juntos recorrieron el pueblo buscando pistas y siguiendo el rastro de magia que dejaba la varita perdida. Caminaron por el mercado donde los colores brillantes de las frutas y verduras llenaban el aire de alegría.
Pasaron por la plaza donde los niños jugaban felices bajo la sombra de los árboles cantarines. Finalmente llegaron al bosque encantado que rodeaba Pueblo Alegre. "Creo que nuestra próxima pista está en el corazón del bosque", dijo Rodrigo decidido.
Doña Rosa asintió emocionada y juntos se adentraron en el bosque oscuro pero lleno de vida. Escuchaban susurros mágicos entre las ramas y sintieron cómo el aire se cargaba de energía positiva.
Después de seguir un camino lleno de desafíos como cruzar puentes colgantes sobre ríos encantados y sortear obstáculos misteriosos, llegaron a una clara iluminada por rayos dorados donde encontraron la varita mágica brillando intensamente. "¡Lo logramos! ¡Aquí está tu varita mágica!" -exclamó emocionado Rodrigo.
Doña Rosa tomó su varita entre las manos temblorosas y pronunció unas palabras místicas mientras agitaba la varita en el aire. De repente, flores multicolores brotaron alrededor de ellos inundando todo el lugar con aromas dulces e iluminando sus rostros con sonrisas radiantes.
"Gracias, querido Rodrigo. Gracias por ayudarme a encontrar mi magia nuevamente", dijo Doña Rosa con lágrimas de felicidad en sus ojos arrugados.
Rodrigo abrazó cariñosamente a Doña Rosa sabiendo que había hecho algo maravilloso ese día: había devuelto la alegría y esperanza a alguien que lo necesitaba.
Desde ese día, cada vez que pasaba por aquel banco donde había conocido a Doña Rosa recordaba esa aventura especial llena de magia y bondad; aprendiendo así que cuando ayudas desinteresadamente puedes convertirte tú mismo en parte del hechizo más poderoso: hacer feliz a los demás.
FIN.