El Misterio de las Fresitas del Bosque
Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Verde. Tomás, un niño de diez años, decidió aventurarse en el bosque cercano, donde le encantaba correr entre los árboles y buscar fresas. Con su gorra roja y una mochila amarilla, partió emocionado.
Mientras corría, Tomás inhalaba el aire fresco y sentía la brisa en su cara. De repente, su mirada se posó en un arbusto lleno de fresas rojas y jugosas. -
- ¡Mmm, fresitas! -exclamó.
Se acercó y comenzó a recogerlas. Se llenó las manos de fresas y no pudo resistir la tentación de probar una. -
- ¡Deliciosas! -dijo mientras saboreaba cada bocado.
Mientras disfrutaba de las fresas, escuchó un ruido extraño entre los árboles. Intrigado, decidió investigar. Caminó con cuidado hasta que se encontró con un pequeño zorro atrapado en una trampa.
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- ¡Pobrecito! -gritó Tomás, viendo el sufrimiento del animal.
Sin pensarlo, se acercó. -
- Tranquilo, amigo, voy a ayudarte. -murmuró, mientras intentaba abrir la trampa con sus manos.
El zorro miró a Tomás con ojos brillantes y, por un momento, el niño sintió que podía comprender su angustia. -
- ¡Vamos, un poquito más! -dijo con esfuerzo, logrando liberar la patita del animal. El zorro, al verse libre, se quedó mirándolo, como si agradeciera el acto de bondad.
Tomás se sintió muy bien. -
- No tengo miedo de los zorros, mi mamá dice que ellos también son parte del bosque. -reflexionó en voz alta.
El zorro se alejó un poco y luego se dio la vuelta, como si quisiera guiar a Tomás a algún lugar. -
- ¿Adónde vas? -preguntó el niño, llenándose de curiosidad.
Decidido, comenzó a seguir al zorro. A medida que avanzaban, el zorro lo condujo hacia un claro del bosque lleno de fresas más grandes y sabrosas. -
- ¡Guau, mirá cuántas hay! -gritó Tomás asombrado.
El zorro se sentó cerca, observando mientras el niño recogía las fresas. -
- Gracias, amigo. ¡Eres el mejor guía! -dijo Tomás.
Cuando su mochila estuvo llena, Tomás se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo. -
- ¡Es hora de volver a casa! -anunció con algo de tristeza, pero también con una gran sonrisa por la aventura vivida.
El zorro se despidió moviendo la cola y desapareció entre los arbustos, dejando a Tomás con un corazón lleno de alegría y una mochilita repleta de fresas.
Al regresar a casa, su mamá lo recibió con una gran sonrisa. -
- ¡Tomás! ¿Dónde estuviste? ¡Hueles a fresas! -dijo riendo.
- Fui al bosque y encontré un zorro, lo ayudé a liberarse de una trampa, y me llevó a un lugar lleno de fresitas. -explicó el niño entusiasmado.
Su mamá lo miró orgullosa. -
- Hiciste una gran acción, Tomás. Siempre es importante ayudar a los animales y tener cuidado con la naturaleza. ¿Te gustaría hacer una mermelada de fresas con todo lo que trajiste? -le propuso.
Tomás sonrió de oreja a oreja. -
- ¡Sí! ¡Eso sería genial! -respondió emocionado.
Y así, Tomás pasó la tarde preparando mermelada, sabiendo que había hecho algo bueno por el bosque y por un pequeño zorro. De aquel día en adelante, siempre recordaría que correr entre los árboles y cuidar de la naturaleza eran dos cosas que lo hacían verdadero amigo del bosque.
Y cada vez que veía un arbusto de fresas, se acordaba de su aventura y la importancia de ayudar a los demás.
Fin.
FIN.