El misterio de las huacas de Monte Grande



Era un día soleado en Jaén, Perú, cuando el afamado arqueólogo Olivera llegó a la antigua huaca de Monte Grande. Con su sombrero de ala ancha y su cuaderno de notas, se aferraba a la idea de descubrir los secretos de esta misteriosa construcción preincaica. Las huacas eran más que simples montículos; eran portales de historias olvidadas, tesoros escondidos y civilizaciones perdidas que esperarían ser contadas.

"¡Hola, amigos! Hoy desenterramos el pasado", dijo Olivera con una sonrisa mientras se preparaba para excavar.

Los niños de la zona, curiosos, observaron desde la valla que rodeaba el sitio arqueológico. Eran tres amigos: Ana, Juan y Luis.

"¡Yo quiero ser arqueólogo como vos! ," exclamó Juan con entusiasmo.

"A mí me gustaría encontrar un tesoro», agregó Ana, mientras Luis soñaba con descubrir una nueva civilización.

Olivera los animó a acercarse, mientras les contaba la historia de las huacas.

"Las huacas son monumentos sagrados donde las antiguas civilizaciones honraban a sus ancestros y realizaban ceremonias. Cada vez que excavamos, nos conectamos más con su mundo", explicó Olivera, mirando a cada uno de los niños con incertidumbre pero también con esperanza.

Los niños escuchaban atentamente, pero Ana observó un brillo extraño cerca de la base de la huaca.

"¡Miren eso! », gritó, señalando un objeto que asomaba entre la tierra.

Olivera se acercó y, con cuidado, empezó a despejar la tierra. Al hacerlo, descubrieron un pequeño cofre de piedra adornado con extraños símbolos.

"¡Increíble! », exclamó Olivera. "Esto puede ser un hallazgo muy importante."

Los cuatro se miraron emocionados, pero el cofre era pesado y parecía tener un sello que lo mantenía cerrado. Las inscripciones eran complicadas y Olivera se mostró pensativo.

"Necesitamos comprender qué dice esto. Tal vez tenga una trampa, o esté custodiado por algún hechizo", dijo, buscando que los niños no se desanimen.

Después de horas de investigación, y con la ayuda de un libro antiguo que Olivera trajo, comenzaron a traducir las inscripciones. Decían que solo podía abrirse si se decían palabras de gratitud a la naturaleza. Los niños, intrigados, se reunieron para pensar en lo que podían decir.

"¿Qué tal si agradecemos el sol y la tierra?", sugirió Luis.

"Pero también debemos mencionar el agua y las plantas", añadió Ana.

Al final, decidieron unirse en un pequeño discurso agradeciendo a la naturaleza. Todos juntos dijeron en voz alta:

"Gracias tierra por darnos vida, gracias agua por saciar nuestra sed, gracias sol por brindarnos calor y gracias plantas por alimentarnos".

Con el último eco de sus voces, el cofre comenzó a temblar y, de repente, se abrió en un resplandor dorado. Dentro, encontraron un conjunto de joyas brillantes y un antiguo pergamino. Olivera los miró deslumbrado.

"Esto no es un tesoro común. Estas joyas cuentan historias de nuestra tierra y su gente. Debemos compartir esto con el mundo entero."

El pergamino resultó ser un mapa que conducía a otros lugares de interés arqueológico, algo así como una guía para los futuros arqueólogos. Pero también era una invitación a cuidar la naturaleza y el patrimonio.

"Recuerden, la verdadera riqueza está en el conocimiento y en aprender a respetar lo que nos rodea", concluyó Olivera.

Los niños regresaron a casa, cada uno con un plan para cuidar del medio ambiente y el patrimonio de su pueblo, inspirados por lo que habían descubierto. El día terminó con risas y sueños, y una promesa de regresar a la huaca, no solo para buscar tesoros, sino para aprender y proteger su historia.

Y así, el misterio de las huacas de Monte Grande se convirtió en una aventura que no solo desveló secretos del pasado, sino que unió a una nueva generación con el deseo de seguir explorando el mundo.

Todos aprendieron que, para descubrir, hay que agradecer y respetar lo que ya existe.

FIN.

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