El Misterio de las Palabras Perdidas
En un pequeño pueblo llamado Palabralia, donde los habitantes eran famosos por su capacidad de comunicación, un día algo extraño sucedió. Todos, desde los niños hasta los ancianos, comenzaron a perder sus palabras. Nadie sabía por qué, pero las charlas del mercado, las risas de los niños y los consejos de los ancianos fueron reemplazados por silencios y miradas confusas.
Una niña llamada Lila decidió investigar. Siempre le había fascinado la manera en que sus amigos se contaban historias y compartían sus pensamientos. Sin palabras, el pueblo se veía triste. Una mañana, Lila fue al parque y se encontró con su amigo Diego, quien estaba triste.
"¿Por qué estás tan callado, Diego?" - preguntó Lila, mientras se sentaba junto a él.
"No sé, Lila. Ayer apenas pude decirle a mi mamá que la quiero. Las palabras se me olvidan".
Lila sintió una punzada en el corazón. No podía imaginar un mundo sin palabras. A lo largo del día, se unieron a ellos varios amigos, y juntos decidieron que no podían quedarse de brazos cruzados.
"¡Vamos a buscar las palabras!" - propuso Lila animadamente.
Los amigos empezaron a recorrer el pueblo. Primero fueron a la biblioteca, donde la bibliotecaria, la señora Clara, estaba intentando leer en silencio.
"¿Se perdió el ruido en Palabralia?" - dijo Lila enérgicamente.
"Sí, querida. Ni siquiera puedo leer en voz alta. Las palabras no quieren salir" - respondió la señora Clara con una mirada triste.
- “¡Quizás están escondidas! ¡Debemos encontrarlas!" - exclamó Diego, lleno de emoción.
Después de hablar con varios habitantes, Lila y sus amigos decidieron visitar la vieja colina donde se decía que, hace tiempo, las palabras bailaban cada noche entre estrellas. Cuando llegaron, se encontraron con un paisaje hermoso, lleno de flores brillantes.
"¿Cómo crees que podemos atraer las palabras?" - preguntó Sofía, otra amiga del grupo.
"Tal vez si hacemos algo divertido, las palabras se animen a venir" - sugirió Lila.
El grupo decidió organizar un concurso de cuentos. Se sentaron en círculo y comenzaron a contar historias. Lila inventó una historia sobre un dragón que tenía miedo de volar. Marco, un niño del grupo, contó sobre un pez dorado que quería ver el mundo. Mientras contaban, algo mágico empezó a pasar.
Las flores comenzaron a brillar más intensamente, y de repente, las palabras perdidas comenzaron a fluir como un río. Los amigos se miraron asombrados.
"¡Miren! Las palabras están regresando!" - gritó Diego.
Las palabras comenzaron a entrar en sus bocas y, como si fueran melodías, se formaron frases que resonaban en el aire.
"¡Gracias por escucharnos!" - gritó una palabra dorada que flotaba por ahí.
Fue entonces que se dieron cuenta de que las palabras no solo era un sonido, sino la conexión entre ellos. Juntos, habían logrado llenar el pueblo de nuevo con risas y conversaciones. En su alegría, Lila recordó algo importante.
"¿Y si el silencio de antes nos enseñó algo?" - dijo Lila.
"Sí, nos enseñó a apreciar lo que tenemos y a usar las palabras con amor" - añadió Sofía.
Desde entonces, en Palabralia, todos aprendieron a valorar cada palabra. Los amigos decidieron reunirse periódicamente para contar cuentos, recordar lo importante que era comunicarse, y así, a partir de ese momento, nunca volvieron a dejar que las palabras se perdieran.
"Siempre podemos comunicarnos, ya sea hablando, escuchando o haciendo música juntos" - concluyó Lila, sonriendo hacia sus amigos.
Y así, el pueblo volvió a vivir lleno de alegría, con palabras que nunca más se perdieron, como un bonito recordatorio de la magia de la comunicación.
FIN.