El Misterio de las Sillas Torcidas
En un pequeño pueblo, donde todos se conocían, vivía un hombre al que todos llamaban "Señor Amable", aunque su verdadero nombre era Pablo. Yo siempre pensé que le quedaba perfecto ese apodo, porque era el hombre más simpático y bondadoso que había en la zona. Trabajaba en una carpintería, donde hacía todo tipo de muebles: mesas, estanterías, escritorios y hasta juguetes de madera. Todo le salía bien, pero había algo que siempre le causaba problemas: las sillas.
"¡Otra silla torcida!", solía decirse mientras las miraba con una mezcla de frustración y ternura. Sin embargo, nunca se quejaba. "No pasa nada, voy a intentar hasta que salga como quiero", se comentaba a sí mismo. Y continuaba con su trabajo, sonriendo a los niños que se acercaban a la carpintería para ver sus obras.
Un día, una niña llamada Clara, que siempre pasaba por la carpintería con su perro, decidió hablar con él. "Señor Amable, ¿por qué no podés hacer las sillas bien?" -preguntó con su mirada curiosa.
Pablo se agachó a su nivel y le respondió: "Es una buena pregunta, Clara. A veces, los objetos que creamos no salen como esperamos, pero eso no significa que debamos rendirnos. Cada intento es una oportunidad de aprender. Además, las sillas a veces tienen historias que contar. Cada una tiene su propio carácter, como vos y yo."
A Clara le gustó esa respuesta, y le trajo una idea. "¿Y si hacemos un concurso de sillas? Así todos pueden ver lo que hacés y quizás te ayuden a solucionarlo".
Pablo se entusiasmó con la idea. "Es una gran idea, Clara. ¡Hagámoslo!"
Se pusieron manos a la obra. Clara comenzó a contarle a todo el mundo en el pueblo sobre el concurso de sillas que harían en la plaza.
El día del concurso, el pueblo se llenó de risas y alegría. Todos traían sus propias sillas de casa, algunas decoradas, otras pintadas, y muchas más de la creatividad de la gente. Era un espectáculo hermoso. Pablo estaba allí, sonriendo, muy emocionado.
"¿Ves, Pablo?", le dijo Clara, "¡Así lo hiciste! La gente se está divirtiendo más que nunca. Aunque tus sillas tengan algún que otro defecto, ¡son parte de vos!"
"¡Sí, Clara! Tiene razón. Cada silla cuenta una historia, y eso las hace especiales", respondió Pablo con una amplia sonrisa.
Cuando tocó su turno, Pablo llevó una de sus sillas torcidas. Se puso un sombrero de cartón y unas gafas de sol. "Esta silla es famosa por sus giros inesperados. ¡Una experiencia emocionante!"
Los niños comenzaron a reír mientras Pablo demostraba cómo era capaz de girar y balancearse en su silla. "Es una silla que se mueve al ritmo de la música, ¡así que no te olvides de bailarle!", dijo mientras comenzaba a bailar.
Resultó que esa silla torcía sirvió para llevar a cabo la primera competencia de baile en el pueblo. Todos se divirtieron tanto que el alcalde decidió premiar a Pablo con un trofeo que decía: "El Señor de las Sillas Especiales".
Desde ese día, las sillas torcidas del Señor Amable se convirtieron en la atracción del pueblo. Todos querían una silla que tuviera "carácter" y que, de alguna manera, le diera vida a sus hogares.
Aprendí que, a veces, no todo sale como uno espera, pero eso no significa que deberíamos rendirnos. Pablo, el Señor Amable, nos mostró que cada error puede ser una oportunidad para compartir y reír. Y así, en el pequeño pueblo donde todos se conocían, las sillas especiales de Pablo llenaron de risas y alegría los corazones de todos.
Pablo nunca dejó de intentarlo. Y, aunque las sillas seguían siendo su punto débil, aprendió que como en la vida, no siempre se trata de ser perfecto, sino de disfrutar del camino.
FIN.