El Misterio de los Alfajores Perdidos



En el tranquilo pueblo de San Sebastián, donde las montañas besan el cielo y los ríos cantan al pasar, había una pequeña tienda que todos los niños adoraban: "La Dulcería de Sofía". Sofía era una anciana amable que hacía los mejores alfajores del mundo, con tanto amor que cada bocado era como un abrazo cálido.

Un día, los niños del pueblo se reunieron en la plaza.

"¿A dónde vamos a ir hoy?" - preguntó Lucas, el más pequeño del grupo.

"¡A la tienda de Sofía!" - exclamó Emilia, la más aventurera. "¡Quiero alfajores!"

Se pusieron en marcha a la dulcería, emocionados por la idea de disfrutar de sus alfajores favoritos. Pero al llegar, se encontraron con algo extraño: la puerta estaba cerrada y un cartel decía "CERRADO POR UN MISTERIO".

"¿Qué podrá ser esto?" - se preguntó Mateo, el más curioso del grupo.

"Tal vez haya un tesoro escondido dentro" - sugirió Julieta, soñadora como siempre.

Decididos a resolver el misterio, los niños comenzaron a investigar. Preguntaron a los vecinos, pero nadie sabía lo que estaba sucediendo. De repente, escucharon un susurro en el aire.

"¡Ayuda!" - decía la voz. "Mis alfajores han desaparecido. ¡Sin ellos, la dulcería no podrá abrir!"

Emilia miró a sus amigos y dijo:

"¡Debemos ayudar a Sofía!"

Los niños comenzaron a buscar pistas. Siguieron el rastro de migas de chocolate que conducía hasta el bosque cercano. En su camino, encontraron a una ave grande, un teros, que parecía estar cuidando algo.

"¡Hola!" - llamó Lucas al teros. "¿Has visto alfajores por aquí?"

El teros inclinó su cabeza y respondió:

"Los alfajores están en la pileta de agua cristalina, pero solo quienes tengan un corazón puro podrán recuperarlos."

Emocionados, los niños siguieron al teros hasta la pileta. Al llegar, encontraron un agua brillante, pero también vieron que había un pequeño barco de papel atrapado en una corriente.

"¡Debemos ayudarlo!" - exclamó Julieta.

Con un espíritu de cooperación, hicieron una cadena humana. Uno por uno, los niños se agarraron de las manos y juntos llegaron hasta el barco. Lo rescataron con cuidado y, al hacerlo, el agua de la pileta comenzó a brillar aún más.

En ese momento, los alfajores comenzaron a salir de la pileta, uno tras otro, flotando como si fueran parte de un milagro.

"¡Lo logramos!" - gritaron todos mientras los alfajores llenaban el aire con su dulce aroma.

Felices, regresaron a la dulcería, donde Sofía les esperaba con lágrimas de alegría.

"¡Mis pequeños héroes!" - exclamó ella. "Me han salvado mi dulcería. ¿Cómo puedo agradecerles?"

"¡Con alfajores, por favor!" - rió Emilia, mientras acariciaba su pancita.

Sofía sonrió y les dio a cada uno un alfajor, y además, les prometió que aprenderían a hacer alfajores juntos en la próxima clase de repostería en el pueblo.

Los niños no solo habían resuelto el misterio, sino también habían aprendido sobre el trabajo en equipo y la importancia de ayudar a los demás. Y así, en el pueblo de San Sebastián, no sólo había dulces, sino también un gran sentido de comunidad y amistad.

Desde aquel día, cada vez que escuchaban el canto del teros, sabían que en su interior llevaban una gran aventura esperando ser contada. Y claro, nunca faltaban los alfajores en sus meriendas.

"¡Qué día tan especial!" - dijo Mateo mientras saboreaba su alfajor.

"Sí, porque juntos somos invencibles" - concluyó Lucas, con una sonrisa de oreja a oreja.

FIN.

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