El misterio de los colores perdidos


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde todos los colores vivían en armonía y alegría.

Cada color tenía su propia casita: el rojo vivía en una casa de tejas brillantes, el azul en una casa con vista al río, el amarillo en una casita soleada, y así sucesivamente. Pero un día, algo extraño comenzó a ocurrir: los colores empezaron a desaparecer. El primero en notarlo fue Rojito, el color rojo más pequeño del pueblo.

Un día se despertó y descubrió que su color estaba palideciendo. Asustado, fue corriendo a buscar ayuda con sus amigos. "¡Chicos! ¡Mi color está desapareciendo!", exclamó Rojito entre sollozos.

Los demás colores se miraron preocupados y decidieron ir a ver al sabio del pueblo, Arcoirisito, un anciano muy sabio que vivía en lo alto de la montaña.

Al llegar a la cima de la montaña, encontraron a Arcoirisito meditando frente a un enorme arcoíris que iluminaba todo el valle. "Sabio Arcoirisito, por favor ayúdanos. Nuestros colores están desapareciendo y no sabemos qué hacer", suplicó Azulita entre lágrimas.

Arcoirisito los miró con calma y les explicó que los colores estaban perdiendo su brillo porque habían olvidado lo importante que eran para el mundo.

Les contó que cada uno de ellos representaba algo especial: el rojo era amor y pasión, el azul era paz y tranquilidad, el amarillo era alegría y energía; y así siguió mencionando las cualidades únicas de cada color. "Para recuperar su brillo perdido, deben recordar quiénes son realmente y por qué son tan importantes para todos nosotros", les dijo Arcoirisito con voz serena. Los niños se miraron unos a otros con determinación.

Sabían lo que debían hacer. Decidieron unirse y trabajar juntos para encontrar la manera de devolverle la vitalidad a cada uno de los colores del arcoíris.

El primer paso fue organizar actividades donde cada color pudiera expresarse libremente: conciertos musicales para Amarillito, obras de teatro para Violetita, exposiciones artísticas para Naranjita... poco a poco fueron recordando la importancia de su presencia en el mundo. Conforme iban reconectando con sus propias esencias, los colores comenzaron a brillar nuevamente con intensidad.

El cielo volvió a llenarse de arcoíris radiantes que alegraban los corazones de todos los habitantes del pueblo.

Y así, gracias al trabajo en equipo y la solidaridad entre ellos, los niños lograron salvar los colores del arcoíris y devolverles todo su esplendor perdido. Desde entonces, en el pueblo de Arcoíris reinaba la felicidad y la armonía entre todos sus habitantes.

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