El misterio de Moro, el perro de los entierros



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Fernán Núñez. Los habitantes se despertaban, disfrutando del aroma del pan recién horneado y del canto de los pájaros. Pero en este lugar, había un misterio que mantenía a todos intrigados: Moro, el perro de los entierros.

Moro era un hermoso perro de pelaje marrón y ojos llenos de chispa. Se había convertido en parte del folclore de la localidad, ya que había hecho la costumbre de seguir a los carabineros en las ceremonias de entierro. Los viejos contaban que Moro siempre podía sentir cuándo alguien se iba a ir de este mundo y, como si fuera un guardián, acompañaba a las personas en su último viaje.

Un día, tres amigos, Tomás, Sofía y Mateo, decidieron investigar el misterio de Moro. Estaban ansiosos por descubrir por qué el perro siempre estaba en los entierros y si realmente tenía un don especial.

"¿Qué tal si lo seguimos?" propuso Tomás emocionado.

"Yo tengo una idea mejor, ¡sigámoslo hasta el cementerio!" sugirió Sofía.

"Dale, ¡será como una aventura!" agregó Mateo.

Así fue como los tres amigos comenzaron a seguir a Moro. El perro salió de su casa y se dirigió hacia las calles del pueblo. La curiosidad los llevó a ocultarse detrás de un arbusto cuando Moro se detuvo en la plaza, donde un anciano estaba contando historias a los niños.

El anciano, Don Mateo, vio a Moro y con una sonrisa le dijo:

"¿Adónde vas, amigo? ¡Hay que ayudar a los jóvenes!"

Moro movió la cola con entusiasmo, como si entendiera perfectamente.

Intrigados, Sofía, Tomás y Mateo decidieron acercarse a Don Mateo.

"¿Por qué Moro siempre está en los entierros?" preguntó Sofía.

"Ah, Moro es un perro sabio. Él tiene una conexión especial con la gente del pueblo. Solo aparece cuando hay un verdadero amor entre las personas," respondió el anciano.

Los niños miraron al perro, que mientras tanto, se había acostado a los pies del anciano, escuchando con atención.

"Pero, ¿cómo puede sentir eso?" preguntó Tomás.

"Los animales a veces tienen sentidos que nosotros no podemos comprender. Moro siente el amor que hay en cada despedida y acompaña a quienes se van, para que no se sientan solos. Él sabe lo importante que es la conexión entre las personas" respondió Don Mateo con sabiduría.

Con nuevas perspectivas, los niños decidieron que entenderían el mundo de Moro. Al día siguiente, se presentaron en el hogar de Moro con una idea en mente.

"¡No sólo vamos a seguirlo! Vamos a quererlo y aprender de él" exclamó Sofía.

"Sí, hagamos que se sienta especial. ¡Invitemos a otros chicos!" agregó Mateo.

"¡Y podemos organizar juegos y picnics donde toda la gente venga a conocerlo!" sugirió Tomás.

El entusiasmo se desbordaba y su plan empezó a tomar forma. Los niños comenzaron a invitar a otros amigos y a sus familias. El día de la gran reunión, todos trajeron comida, juguetes y, por supuesto, mucho cariño para Moro.

Mientras Moro disfrutaba de la fiesta, los niños se dieron cuenta de que no solo se trataba de conocer al enigmático perro, sino de cómo el amor en la comunidad unía a todos. La despedida no debía ser triste, sino una celebración de la vida y el amor que compartían.

Ver a Moro jugar entre todos hizo que los ojos de los chicos brillaran y entendieran el verdadero significado detrás del misterio que envolvía al perro.

"No es solo sobre los entierros, es sobre la vida que hay aquí y ahora," concluyó Sofía mientras acariciaba a Moro.

"Por eso Moro es tan especial, porque siempre estará con nosotros en los buenos y malos momentos," añadió Mateo.

"Entonces, juntos cuidaremos de él y de nuestro pueblo!" exclamó Tomás.

Con esta nueva conexión y amor prolongado por su comunidad, Moro dejó una huella imborrable en los corazones de todos. Los niños aprendieron que cada despedida podía ser también una celebración, y que el amor compartido siempre perduraría. Desde ese día, Moro no solo fue el perro de los entierros, sino también el perro de las fiestas, los juegos y los abrazos, símbolo de la unión del pueblo de Fernán Núñez.

FIN.

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