El misterio de Rosario Montes
En un pintoresco barrio de Buenos Aires, donde los murales alegraban las paredes y el aroma de empanadas llenaba la plaza, vivían Rosa y Mateo. Rosa era una señora mayor, amable y siempre con una sonrisa en el rostro. Mateo, por su parte, era un niño curioso y aventurero de diez años, que siempre estaba listo para descubrir algo nuevo.
Un día, mientras jugaba en la plaza, Mateo escuchó rumores sobre un misterio en el barrio. Se trataba de la desaparición de Rosario Montes, una artista muy querida por todos. Ella había pintado murales y creado bellas esculturas en el vecindario, pero, de repente, había dejado de aparecer. Nadie sabía nada de ella, y esto preocupaba a todos, especialmente a Rosa, que había sido amiga de Rosario.
-Mateo, ¿te enteraste de que Rosario desapareció? -le dijo Rosa con tono preocupado.
-Sí, abuela Rosa. ¡Es un misterio! -contestó Mateo emocionado, con los ojos brillando de curiosidad.
-Mira, hijo, creo que deberías averiguar qué sucedió. Rosario es una gran artista y quiero ayudarla -dijo Rosa entusiasmada.
Mateo, con el apoyo de Rosa, decidió investigar. Comenzó preguntando a los vecinos si habían visto a Rosario.
-¿La viste, señora Elena? -preguntó Mateo a su vecina.
-No, querido. Hace semanas que no la veo. Antes pasaba todos los días por aquí a pintar -respondió la señora Elena ve generando preocupación en los ojos de Mateo.
Decidido a encontrar a Rosario, Mateo se dirigió a la antigua casa de Rosario, una hermosa casona repleta de colores y arte. Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta.
-¿Debería entrar? -se preguntó Mateo, sintiendo cierto nerviosismo pero también emoción.
Al cruzar la puerta, se encontró con un montón de pinturas y pinceles. Pero no había nadie. Justo en el momento en que Mateo pensaba marcharse, escuchó un sonido proveniente del jardín.
-¿Rosario? -llamó con voz temblorosa.
Desde el fondo del jardín, apareció una figura delgada, cubierta de pintura de colores brillantes.
-Mateo, ¡qué gusto verte! -dijo Rosario, frotándose las manos con pintura.
-¡Rosario! ¿Dónde estuviste? Todos están preocupados. -exclamó Mateo con alivio.
-Oh, querido, estuve aquí, sólo que me sumergí tanto en mi trabajo que perdí la noción del tiempo. He estado preparando una nueva obra para el barrio. ¡Quiero que todos sean parte de ella! -dijo Rosario, sonriendo.
Mateo, sin saber qué pensar, se sintió emocionado.
-¿Podemos ayudar, Rosario? -preguntó con entusiasmo.
-¡Por supuesto! Necesito manos y corazones que pinten conmigo -respondió Rosario.
Volvió corriendo a buscar a Rosa y a todos los vecinos, y en poco tiempo, toda la comunidad se unió para pintar un mural gigante en la plaza, donde celebrarían la amistad y la creatividad.
Mientras pintaban juntos, Rosa preguntó:
-¿Por qué no nos dijiste que estabas trabajando en el mural? -con curiosidad.
-No quería interrumpir su vida diaria. Fue un descanso para mí y al mismo tiempo una sorpresa para ustedes -respondió Rosario, mientras un grupo de niños pintaban un sol gigante.
Al finalizar el mural, todos aplaudieron. Estaba lleno de colores vibrantes y representaba a cada uno de ellos, unidos en un paisaje imaginario.
-¡Es hermoso! -gritó Mateo, mientras Rosa sonreía orgullosa.
-Muchas gracias por ayudarme, queridos amigos. La felicidad y la amistad son los verdaderos colores que llenan nuestros corazones -dijo Rosario, con lágrimas en los ojos de emoción.
Desde ese día, la plaza se llenó de vida y arte, y Mateo aprendió que a veces los misterios no son tan oscuros como parecen. Solo es cuestión de acercarse, comunicarse y ayudar a los demás.
Así, con el mural terminado y un nuevo lazo entre ellos, el barrio se convirtió en un verdadero hogar, donde el arte, la amistad y la comunidad eran la máxima expresión de su identidad.
FIN.