El Misterio de Rosario Montes



Era una tarde tranquila en el barrio bajo, cuando de repente la noticia de la desaparición de Rosario Montes sacudió a todos los vecinos. Rosario era conocida por su amabilidad y su risa contagiosa, así que no era de extrañar que todos se preocuparan. El detective Stiven, un hombre de mirada aguda y espíritu curioso, decidió tomar el caso. Acompañado de su ayudante Darwin, un cómico lleno de ocurrencias, se prepararon para hacer una buena investigación.

"Vamos, Darwin, necesitamos descubrir dónde puede estar Rosario. La última vez que la vieron fue en su casa a las 7", dijo Stiven, tomando notas en su libreta.

"¡Sí, claro! Y quizás encontramos el camino del misterio con un poco de humor. ¡El detective y el cómico, la mejor pareja desde los superhéroes!", respondió Darwin mientras hacia su típico gesto de superhéroe con la mano en la frente.

Los dos se dirigieron a la casa de Rosario. Allí, se encontraron con su mamá, doña Rita, quien estaba muy angustiada.

"Detective, por favor, encuentre a mi hija. No entiendo cómo pudo desaparecer así... No hay rastro de ella. Solo supimos que estaba dibujando un mural en la plaza a las 6 y luego regresó a casa".-

Stiven asintió, haciéndose un lápiz en la oreja y mirando a su alrededor en busca de pistas. Darwin, en cambio, decidió hacer reír a doña Rita para distraerla:

"¡No se preocupe, señora! Si encontramos a Rosario, la traeremos de vuelta montada en un unicornio de espuma, ¡y con un nuevo mural de dibujos animados para la plaza!"

Doña Rita esbozó una leve sonrisa, lo que le dio ánimos a ambos. Salieron de la casa y decidieron ir a la plaza para hablar con algunos vecinos.

En la plaza, los vecinos estaban muy preocupados. Al acercarse, una señora mayor les comentó.

"Yo vi algo sospechoso alrededor de las 7. Había un grupo de chicos que se reían mucho, pero no parecían estar jugando con Rosario".

"¿Qué chicos?" -preguntó Stiven intensamente.

"Eran esos del club de los traviesos, esos que siempre hacen ruidos extraños. Tienen una cueva en el árbol grande del parque".

"¿Y si están enojados porque Rosario no les quiso jugar?" -se le ocurrió a Darwin.

Stiven tomó nota y se dirigieron al árbol grande. Al llegar, vieron a varios chicos en la cueva.

"¡Hola, pequeños! ¿Saben algo sobre Rosario?" -preguntó Stiven.

Los chicos se miraron entre sí nerviosamente. Uno de ellos, el más pequeño, finalmente habló:

"No la hemos visto. Pero si quieren hacer un mural en la plaza, podríamos ayudar. A nosotros nos encanta pintar."

"Y también hacer travesuras, ¿verdad?" -añadió Darwin con una sonrisa.

Los chicos asintieron, pero eso no les daba pistas de la ubicación de Rosario. Tanto Stiven como Darwin se sintieron confundidos.

"¿Y si hacemos un trato?" -propuso Stiven.

"¿Cómo qué tipo de trato?" -dijo uno de los chicos, curioso.

"Si nos ayudan a buscar y encuentran a Rosario, podremos hacer un gran mural en la plaza juntos. Así todos podrán disfrutar de un nuevo lugar para jugar y reír".

"¿De verdad?" -preguntaron los chicos con ojos brillantes.

"¡Claro que sí!" -exclamó Darwin emocionado.

Los chicos, ahora motivados, se unieron a la búsqueda y juntos comenzaron a buscar en cada rincón del barrio. Stiven y Darwin guiaron a los chicos, se burlaban unos de otros y la atmósfera se volvió más ligera.

De repente, uno de los niños gritó:

"¡Miren en la esquina del callejón! Creo que escuché una risa que me sonaba a Rosario".

Corrieron hacia el callejón y allí, entre risas, encontraron a Rosario pintando un mural con unos amigos, quienes también eran parte del grupo de traviesos.

"¡Rosario!" -gritó Stiven, aliviado.

"¡Oh, no! No es que me haya perdido. Solo quería hacer un mural sorpresa para doña Rita. No quería que nadie se preocupara" -explicó Rosario, nerviosa.

"¡Eso es desazo!" -añadió Darwin riendo. "Pero ahora todos sabemos que la ley de la diversión también puede ser un poco traviesa. Ahora, ¡a pintar un mural juntos!".

Finalmente, todos los vecinos se unieron, y aquel barrio bajo se transformó gracias a las risas, los colores y la unión de todos. Rosario se sintió agradecida por tener amigos y por vivir en un lugar donde todos se cuidaban y hacían cosas juntos. Stiven y Darwin lograron más que resolver un caso, enseñaron que la colaboración y la alegría pueden resolver los mayores problemas.

La tarde terminó sin más misterios, pero con muchas sonrisas y un hermoso mural que se convertiría en el orgullo del barrio.

FIN.

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