El Misterio del Andén Vacío
En una tarde nublada en Buenos Aires, Ana, una nena de doce años, estaba frente a la estación de metro, esperando su tren. El andén estaba lleno de gente: padres con niños, adolescentes riéndose, y hasta un perro que parecía perdido.
- ¿Viste? ¡Ya viene! - dijo su amigo Lucas, emocionado mientras miraba el reloj.
Ana asintió, apretando su mochila, llena de libros y algunos juguetes que había decidido llevar. De repente, dos trenes llegaron al mismo tiempo, uno en dirección a Plaza de Mayo y otro hacia el barrio de Flores.
- ¡Rápido, Ana! - exclamó Lucas, antes de que pudieran acercarse, se apagaron las luces del andén. A Ana le dio un escalofrío, y un estruendo resonó, como si algo muy grande hubiera caído.
Cuando la luz volvió a encenderse, Ana se quedó boquiabierta. El andén estaba completamente vacío. La gente se había esfumado como si nunca hubiera existido. Los trenes, interiores iluminados, estaban desiertos.
- ¿Dónde está todo el mundo? - preguntó Ana, con una mezcla de asombro y miedo.
- No sé, pero debemos buscar a alguien - respondió Lucas, tratando de sonar valiente.
Se acercaron a los trenes. Uno de ellos tenía la puerta abierta.
- ¿Vamos a subir? - preguntó Ana.
- ¡Claro! - dijo Lucas, aunque en su voz había un dejo de duda. Pasaron al vagón, y cuando se acomodaron, la luz volvió a apagarse, pero esta vez solo por un segundo. Cuando relampagueó, encontraron a un viejo gato atigrado mirándolos desde la otra esquina.
- ¡Miau! - soltó el gato.
- ¿Tú también estás atrapado aquí? - le preguntó Ana. El gato, con aire de conocimiento, les guiñó un ojo.
- Esto es un lugar especial. El tren solo aparece cuando la gente pierde la fe en la magia - dijo el gato, con un tono sabio.
- ¿Pero por qué desapareció la gente? - inquirió Lucas.
- Porque no creen que lo imposible puede pasar. Ustedes chicos, tienen que mostrarles la diversión que hay en la sorpresa. - respondió el gato.
Ana y Lucas se miraron, comprendiendo que tenían una misión.
- ¡Perfecto! - dijo Ana. - Debemos usar nuestra imaginación, traer de vuelta la alegría. Si hacemos un espectáculo desde aquí, tal vez la gente regrese.
Lucas asintió rápidamente. - ¡Tengo una idea! - propuso. - ¡Podemos hacer sombras chinas en las ventanas del tren!
Así fue como Ana y Lucas combinaron su creatividad. Usaron los libros que traía Ana para hacer dibujos y contar historias. Se convirtieron en narradores, representando cuentos con sus manos.
El gato observaba divertido, y mientras más historias contaban, más luces comenzaron a encenderse en el andén. La atmósfera caía en una danza mágica que los llenaba de energía.
De repente, en un parpadeo, Ana y Lucas escucharon el ruido de pasos. La gente comenzó a regresar, asombrada por el espectáculo inesperado.
- ¿Qué es esto? - preguntó una señora.
- ¡Una aventura! - contestó Ana, sonriendo. - Los trenes se llenan de magia si creen en lo imposible.
La gente, divertida, comenzó a detenerse y apreciar el espectáculo. El andén se llenó nuevamente de risas y aplausos. Cada vez más personas se unían, sacando sus teléfonos para grabar lo que sucedía.
Al terminar, todos aplaudieron.
- ¡Pero qué talento! - gritó un niño.
El gato atigrado se acercó, y con un suave ronroneo dijo, - Veo que han traído de vuelta la magia. Pero, recuerden, siempre es importante creer y compartir la alegría.
Y así, Ana y Lucas comprendieron que la imaginación y la creatividad eran herramientas poderosas, capaces de traer a la gente de vuelta incluso en los momentos más oscuros.
Desde ese día, el metro de Buenos Aires no solo fue un lugar de paso, sino también un escenario de magia y alegría, recordando a todos que hay cosas maravillosas por descubrir cuando se tiene fe en lo que no se ve.
- ¡Hasta la próxima aventura! - se despidió Ana mientras el gato desaparecía por entre las sombras del tren.
- ¡Nos vemos! - respondió Lucas riendo. Sabían que siempre llevarían consigo el recuerdo de aquel andén vacío que se llenó de sueños y amigos.
FIN.