El Misterio del Árbol de Anacaguita
Era un día soleado en la Escuela 332. Los niños estaban ansiosos por salir al recreo. La maestra Laura, con su voz alegre, llamó a su clase:
"¡Chicos! ¡Es hora de salir a jugar!"
Los niños corrían hacia el gran patio donde estaba el mágico árbol de Anacaguita. Sus hojas brillaban con tonos verdes y amarillos, y todos los días, los niños jugaban a su alrededor.
Una vez afuera, Sofía, la más curiosa del grupo, miró hacia el árbol y dijo:
"¿Alguna vez se preguntaron por qué este árbol es tan especial?"
Los demás se miraron, intrigados.
"Yo he escuchado que si haces un deseo bajo sus ramas, se puede cumplir", agregó Lucas.
"¡Es un mito!" exclamó Martina,
"Pero ¿y si lo probamos?"
Decidieron que ese día, cada uno haría un deseo bajo el árbol.
"Yo deseo que mi perro sea el más rápido del barrio", dijo Lucas.
"Yo quiero tener la mejor nota en el próximo examen", comentó Sofía.
"Y yo deseo que todos seamos siempre amigos", agregó Martina.
"¿Y vos, Juan?" preguntó otra vez Sofía.
Juan, un niño timido que siempre se quedaba atrás, titubeó.
"No sé, no creo en esas cosas", murmuró.
Cuando todos terminaron de hacer sus deseos, los niños comenzaron a jugar a la pelota. De repente, sucedió algo increíble: el árbol empezó a brillar. Todos miraron asombrados.
"¿Vieron eso?" gritó Lucas.
"¡Se está moviendo!"
En ese momento, el árbol habló, con una voz profunda y amistosa:
"Hola, niños. Soy el Guardián del Anacaguita. Escuché sus deseos y quiero ayudarlos."
Los niños se quedaron paralizados de asombro.
"No pueden ser reales…" balbuceó Juan.
"¡Es un sueño!" exclamó Sofía.
"No, queridos, no es un sueño. Pero para que sus deseos se hagan realidad, deben aprender algo importante primero", explicó el árbol.
Los niños escucharon con atención, deseosos de comprender.
"Les enseñaré sobre la amistad y el trabajo en equipo. Ustedes deben demostrar que se cuidan unos a otros y que pueden ayudarse a lograr sus deseos, pero no solo con palabras, también con acciones".
Los niños se miraron entre sí.
"¿Y cómo hacemos eso?" preguntó Martina.
"Vamos a tener un desafío. Ustedes debo crear un proyecto grupal para ayudar a la comunidad, y así podrán aprender sobre la unión y la solidaridad. Entonces, sus deseos tendrán más valor".
El árbol les dio una semana para pensar en un proyecto. Al principio, todos estaban emocionados, pero luego se dieron cuenta de que les costaba ponerse de acuerdo. A veces chocaban entre sus ideas y se frustraban.
"No entiendo por qué todos quieren hacer algo diferente", dijo Juan, aún sintiéndose inseguro.
"Tal vez debemos escuchar las ideas de los demás", sugirió Sofía.
"Sí, podría ser una buena oportunidad para que Juan proponga algo también", comentó Martina.
Con el tiempo, comenzaron a conversar más, a escuchar y a aprender de las ideas de los demás. Acordaron trabajar en un proyecto para recoger ropa y alimentos para donar a los que lo necesitaban en su barrio.
"¡Esa es una gran idea!" dijo Lucas.
"Así podemos ayudar a otros y demostrar que somos un gran equipo", añadió Juan, que empezaba a ganar confianza.
A medida que avanzaban en su proyecto, se dieron cuenta de la importancia de la colaboración. Todos ayudaron a buscar cosas para donar, a preparar carteles y a dar difusión en la escuela.
Cuando llegó el día de la donación, el árbol de Anacaguita volvió a brillar. Los niños estaban eufóricos por el éxito de su trabajo.
"¡Lo hicimos!", gritó Sofía.
El árbol lentamente les habló nuevamente.
"Estoy orgulloso de ustedes. No solo lograron su objetivo, sino que también se han convertido en mejores amigos y un gran equipo. Ahora, ¿quieren contarme sus deseos esperanzadores?"
Uno por uno compartieron sus deseos nuevamente, pero esta vez ya no eran sólo deseos egoístas.
"Mi deseo ahora es que siempre encontremos formas de ayudar a los demás", dijo Juan.
"Yo deseo que siempre estemos unidos y haciendo cosas buenas", añadió Martina.
El árbol sonrió y con un movimiento mágico, iluminó el cielo con colores y estrellas.
"Sus deseos están bien fundamentados. Recuerden, cuando trabajen en equipo y cuiden a los demás, todo es posible".
Desde aquel día, los niños de la Escuela 332 jugaron, aprendieron y ayudaron juntos, siempre con la luz del sabio Árbol de Anacaguita iluminando sus corazones. Y así, comprendieron que la verdadera magia reside en la amistad y el trabajo en equipo.
FIN.