El Misterio del Árbol Dorado en el Parque
Era un sábado soleado en el Parque de Mayo de Bahía Blanca. Los árboles susurraban con la leve brisa y las risas de los niños llenaban el aire. Carlos, un niño curioso con una gran imaginación, estaba explorando cada rincón del parque cuando, de repente, encontró a su amigo José María.
"¡Hola, José! ¿Qué hacés por acá?" saludó Carlos, emocionado.
"¡Hola, Carlos! Vine a buscar mi cometa, se me quedó atrapada en un árbol", respondió José María con un poco de tristeza en su voz.
Ambos amigos se pusieron manos a la obra y comenzaron a buscar la cometa. Mientras rodeaban un gran árbol, notaron algo brillante entre las hojas.
"Mirá eso, ¿no es raro?" dijo Carlos, señalando un resplandor dorado.
"Sí, parece que hay algo ahí. Vamos a verlo!" contestó José, intrigado.
Se acercaron al árbol y descubrieron una pequeña puerta entre las raíces. Tenía un brillante dorado que parecía invitarles a abrirla.
"¿Qué será esto?" preguntó Carlos, con los ojos muy abiertos.
"No lo sé, pero tenemos que averiguarlo. ¿Te animás?" respondió José, mientras su corazón latía con fuerza.
Carlos asintió y juntos empujaron la puerta. Con un chirrido, se abrió, revelando un túnel que se adentraba en la tierra. La curiosidad fue más fuerte que el miedo, así que los dos amigos se asomaron y decidieron entrar.
El túnel estaba iluminado con luces que parecían estrellas. Al final, encontraron una pequeña habitación llena de tesoros: monedas de chocolate, juguetes de colores y, lo más sorprendente, un gran libro de cuentos encantados.
"¡Mirá todo esto! Debemos contárselo a los demás", exclamó Carlos, apenas capaz de contener su emoción.
"Sí, pero... ¿y si hay un guardian de estos tesoros? ¿No creés que sería peligroso?" preguntó José, un poco asustado.
"Pero si compartimos el tesoro, tal vez nos conviertan en amigos y no en enemigos. ¡Seamos valientes!" propuso Carlos animado.
Justo en ese momento, escucharon un ruido. Era un pequeño duende de ojos brillantes.
"Hola, chicos. Me llamo Lúcio, y soy el guardián de este lugar. Ustedes han demostrado mucho valor al venir aquí. ¿Por qué quieren el tesoro?" preguntó el duende con una sonrisa.
"Queremos compartirlo con nuestros amigos y hacer una gran fiesta en el parque!" contestó José, tomando valor.
"Entonces, han pasado la prueba. Pero deben prometer que no lo usarán para hacer cosas malas ni para tener más poder. El verdadero tesoro es la amistad y el compartir", añadió Lúcio.
Carlos y José se miraron y asintieron con la cabeza. Sabían que eso era cierto.
"Lo prometemos!" dijeron al unísono.
Lúcio estiró su mano, y con un chasquido de dedos, el tesoro comenzó a brillar aún más. Les entregó un saco lleno de monedas de chocolate y juguetes, y les mostró el camino de regreso al parque.
Cuando salieron del túnel, el sol brillaba con más fuerza que antes. Carlos y José se sentaron en la sombra de un árbol, exhaustos pero felices.
"Espero que nadie se entere de que tenemos este tesoro, porque quiero compartírselo a todos en nuestra fiesta", dijo Carlos.
"Yo también! Hoy será un gran día para todos", respondió José.
Y así, los dos amigos corrieron para organizar una fiesta sorpresa en el parque, donde invitaron a todos sus amigos a disfrutar de los tesoros que habían encontrado. La sabiduría del duende había quedado grabada en sus corazones: el verdadero valor de las cosas se encuentra al compartir y disfrutar con quienes quieres. Y así, el Parque de Mayo se llenó de risas y alegría, recordando a todos que la amistad es el mayor tesoro de todos.
FIN.