El misterio del bebé monstruoso
Había una vez un viejo calvo y barbón llamado Don Elías, quien vivía en las afueras de un pequeño pueblo en lo alto de una colina.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano al cerro, escuchó un llanto agudo que provenía de un arbusto. Intrigado, se acercó y descubrió a un bebé abandonado entre las ramas.
El bebé tenía unos ojos rojos que brillaban en la oscuridad, dientes afilados como cuchillos y una lengua bifurcada similar a la de una serpiente. A pesar del aspecto aterrador del niño, Don Elías decidió llevarlo consigo y criarlo como si fuera su propio nieto.
Con el paso de los días, el comportamiento del bebé se volvía cada vez más extraño. Se reía con una risa siniestra que helaba la sangre y jugaba con insectos vivos como si fueran simples juguetes.
Don Elías comenzó a sospechar que aquel niño no era normal, pero su corazón bondadoso le impedía abandonarlo. Una noche oscura y tormentosa, mientras Don Elías dormía en su mecedora junto a la chimenea crepitante, sintió una presencia escalofriante cerca de él.
Abrió los ojos lentamente y vio al bebé parado frente a él con sus ojos rojos brillando en la penumbra. "¿Qué estás haciendo despierto a estas horas?" -preguntó Don Elías con voz temblorosa.
El bebé sonrió mostrando sus dientes afilados y dijo con voz gutural: "He esperado mucho tiempo para revelar mi verdadera naturaleza". Don Elías sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras veía cómo la lengua del bebé se extendía hasta casi tocar el suelo. En ese momento supo que aquella criatura no era humana.
Sin pensarlo dos veces, Don Elías se levantó de un salto de la mecedora y huyó corriendo hacia la puerta principal de su casa. Escuchaba los pasos rápidos detrás suyo y sentía el aliento frío del bebé en su nuca.
Logró abrir la puerta justo a tiempo para escapar al exterior antes de que algo terrible le ocurriera.
Mientras corría por el sendero empedrado que llevaba al pueblo, miró hacia atrás y vio al bebé parado en el umbral de la casa con sus ojos rojos fijos en él. Sabía que aquella criatura maligna nunca lo dejaría en paz. Desde ese día, Don Elías nunca volvió a adentrarse en el bosque cercano al cerro ni mencionó jamás lo ocurrido aquella noche terrorífica.
La gente del pueblo decía que había visto sombras extrañas merodeando por las ventanas de su casa durante las noches más oscuras.
Y así fue como el valiente viejo calvo y barbón aprendió que no todas las apariencias son lo que parecen y que hay secretos oscuros acechando en los rincones más inesperados.
FIN.