El Misterio del Bosque Encantado
Era un día soleado y claro en el pequeño pueblo de San Alberto. Paula, una niña de 6 años con un espíritu aventurero, jugaba en el jardín de su casa. Sus hermanos mayores, Joel de 12 años y Alba de 14 años, se encontraban en la sala de estar, debatiendo qué hacer en las vacaciones.
-¿Qué te parece si vamos a explorar el bosque? - propuso Joel, mirando por la ventana.
Alba levantó una ceja, incrédula.
-¿El bosque encantado? Nunca hemos ido allí solos.
-¡Eso lo hace perfecto! - exclamó Paula, saltando de alegría.
Con una explosión de energía, los tres hermanos se prepararon y se adentraron en el bosque. Después de caminar un rato, se encontraron con un sendero cubierto de hojas y flores extrañas.
-Cuidado, chicos, este lugar se siente... diferente - dijo Alba, mirando a su alrededor con curiosidad.
-¡Vamos! - gritó Paula, corriendo por el sendero.
Mientras exploraban, descubrieron un árbol gigantesco con un gran agujero en su tronco.
-¿Qué hay dentro? - preguntó Paula con ojos brillantes.
Joel se acercó y metió la mano en el agujero, sacando un pequeño mapa arrugado.
-¡Miren esto! - dijo, excitado.
Alba lo miró y leyó en voz alta:
-‘A la izquierda del sauce llorón, donde el sol toca la tierra, encontrarán el tesoro que tanto anhelan’.
-¡Un tesoro! - exclamó Paula. -¡Vamos a buscarlo!
Los tres hermanos siguieron el mapa, buscando el sauce llorón. Después de un rato de caminar, encontraron el árbol.
-¡Mirá, ahí está! - gritó Paula.
Al llegar al sauce, notaron que había una pequeña cueva detrás.
-Esto es raro... - dijo Alba, un poco nerviosa. -No sé si deberíamos entrar.
-¡Pero el tesoro! - insistió Paula, saltando de emoción.
-Joel, ¿qué pensás? - preguntó Alba.
-Hay que ser valientes, estamos juntos. - contestó Joel, empujando su miedo hacia un lado.
De a poco, los tres entraron en la cueva. Al principio, todo era oscuro y silencio absoluto. Pero pronto, se percataron de algunos destellos de luz.
-¿Qué es eso? - murmuró Paula, que se aferra a la mano de Joel.
Se acercaron y encontraron una especie de cristal brillante.
-¡Es hermoso! - exclamó Paula. -¿Es el tesoro?
-No creo que sea solo eso - dijo Joel, observando el brillo. -Quizás tenga un significado.
De repente, el cristal comenzó a brillar más intensamente y, de repente, se escuchó un rumor. De detrás de unas rocas apareció un anciano con una larga barba blanca.
-¡Soy el guardián de este bosque! - dijo el anciano. -¿Qué hacen aquí?
-¡Buscamos un tesoro! - respondió emocionada Paula.
El anciano sonrió.
-El verdadero tesoro no son objetos, sino lo que aprenden en aventuras como esta. Uds. han demostrado valentía, trabajo en equipo y curiosidad. Esa es la riqueza más grande.
Alba se mostró sorprendida.
-Entonces, ¿el cristal es... solo eso?
-El cristal representa el valor. Cada color brilla cuando realizan actos de bondad o superan sus miedos.
Paula miró al anciano con una sonrisa. -Entonces, ¡aún podemos ser valientes!
El anciano asintió.
-Exacto, pequeña. Y eso no solo sucede aquí. Pueden llevar ese valor consigo siempre.
Después de una charla inspiradora, el anciano les dijo que podían llevar el cristal como recordatorio de su aventura y del valor.
Al salir de la cueva, los hermanos se sintieron diferentes. Habían aprendido una lección importante.
-¿Qué les parece si seguimos explorando? - dijo Paula con un brillo en los ojos.
-¡Sí! - gritaron Joel y Alba al mismo tiempo.
Y así, continuaron su aventura, explorando el bosque encantado, sabiendo que el verdadero tesoro era la experiencia compartida y el amor que tenían como hermanos. El sol brillaba por encima, y su risa resonó entre los árboles, siendo el eco de una nueva aventura que apenas comenzaba.
FIN.