El Misterio del Bosque Encantado



Era una tarde nublada en el pequeño pueblo de San Marcos, donde un grupo de niños decidió aventurarse al famoso bosque encantado. Habían escuchado historias sobre un misterioso ser que cuidaba del bosque y de los derechos de los niños. Sin embargo, no todos en el pueblo creían en él.

"¡Vamos! No puede ser tan peligroso!" dijo Lucas, el más aventurero del grupo.

"No sé, tal vez deberíamos quedarnos aquí y jugar a las escondidas..." sugirió Ana, algo asustada.

"Yo quiero ver al ser del bosque, dicen que puede hacer realidades!" exclamó Tomás, ilusionado.

Decididos, los cinco amigos se adentraron en el bosque, donde los árboles altos parecían susurrar secretos. Era un lugar mágico: las hojas brillaban y los colores eran más vivos. Cada paso que daban resonaba con la melodía de la naturaleza.

"Escuchen, ¿oyen eso?" preguntó Sofia, al escuchar un suave murmullo.

"¡Es música!" dijo Lucas, emocionado.

"Tal vez es el ser del bosque, ¡debemos seguirla!" agregó Tomás.

La música los llevó a un claro donde encontraron un árbol enorme con una puerta tallada en su tronco. Era el hogar del ser del bosque, un anciano con una larga barba hecha de hojas y ojos que reflejaban la sabiduría de muchos años.

"Hola, pequeños aventureros. ¿Qué los trae al bosque encantado?" preguntó el ser con voz suave.

Los niños, atónitos, respondieron:

"Queremos ver magia y vivir aventuras!" dijo Tomás, mientras sus amigos asentían entusiasmados.

El anciano sonrió y dijo:

"La verdadera magia está en defender sus derechos como niños. Aquí en el bosque, deben aprender sobre lo que les pertenece por ser quienes son."

"¿Derechos? ¿Qué son?" preguntó Ana, curiosa.

"Los niños tienen derecho a jugar, aprender, a ser escuchados y a vivir sin miedo. Pero también deben aprender a cuidar a los demás y a detener aquello que no es bueno. ¿Quieren conocer esos derechos a fondo?" dijo el ser.

Los niños asintieron emocionados y el ser los llevó a un jardín lleno de criaturas del bosque, cada una representando un derecho.

"Él es el dragón de la imaginación, él les recuerda que tienen derecho a soñar y jugar. ¿Ves cómo sonríe?" dijo el anciano.

Los niños se acercaron al dragón que les dijo:

"¡Sueñen en grande, y nunca dejen de jugar!"

Después, el ser los llevó a un estanque donde un pez dorado los miraba.

"Soy el pez de la voz. Tienen derecho a ser escuchados. Siempre expresen lo que sienten y piensan, nunca dejen que nadie los silencia!"

"¡Claro, nunca más dejaré que otros hablen por mí!" gritó Sofia llena de determinación.

A medida que exploraban, cada criatura les enseñaba sobre cada derecho. Cuando pensaron que su aventura estaba por terminar, el anciano les dijo:

"Pero hay un derecho que falta por aprender..."

Los niños miraron expectantes.

"El derecho a protegerse de aquellos que quieren abusar de su confianza y alegría. En el aspecto oscuro, algunos no respetan estos derechos. Como niños, deben recordar que pueden decir ‘no’ y alejarse de situaciones que los incomoden."

Un viento helado recorrió el bosque y las hojas comenzaron a caer. De repente, el clima cambió. Los niños sintieron miedo. La oscuridad los rodeaba.

"¡Ayuda!" gritó Ana, mientras intentaban hallar el camino de regreso.

"No tengan miedo, ¡recuerden lo que han aprendido!" dijo el anciano.

"Debemos ser valientes y apoyarnos mutuamente!" exclamó Lucas.

Reuniendo su coraje, los niños se tomaron de las manos y gritaron juntos:

"¡Nosotros somos niños y tenemos derechos!"

La oscuridad empezó a disiparse y una luz brillante emergió de ellos, ahuyentando lo tenebroso. El ser sonrió, orgulloso de sus aprendices.

"Han aprendido lo más importante. Nunca dejen que el miedo les robe su luz. Siempre luchen por sus derechos y los de los demás."

Finalmente, los niños regresaron a casa, con el corazón lleno de valor y la mente repleta de sabiduría. De esa manera, el bosque encantado no solo se convirtió en un lugar mágico para ellos, sino también en un símbolo del poder del conocimiento y el respeto a los derechos de cada niño. Desde ese día, prometieron cuidarse y recordar que, aunque había desafíos, juntos eran invencibles.

FIN.

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