El Misterio del Bosque Susurrante
Era una noche de luna llena en el pueblito de Bosquejo. Los niños del lugar solían contar historias sobre un bosque cercano que, según decían, estaba lleno de misterios y susurros.
Una tarde, mientras jugaban en el parque, Mateo, Lila y Tomás decidieron aventurarse en el bosque. Tenían sus linternas y una mochila con galletitas.
"Vamos a ver si encontramos al famoso Susurrador del bosque" - dijo Mateo, un poco nervioso.
"¿Es un monstruo?" - preguntó Lila, con los ojos bien abiertos.
"No creo, debe ser un animal que habla sólo en la luna llena" - respondió Tomás, sonriendo.
Los tres amigos cruzaron el umbral del bosque. Los árboles eran altos y llenos de hojas que crujían con el viento. Entre risas y un poco de miedo, se adentraron más.
"Miren, allá hay una luz" - apuntó Lila. La linterna de Tomás iluminó una pequeña cueva donde pareció haber un brillo.
"¿Entramos?" - preguntó Mateo, titubeando.
"Sí, ¡vamos!" - exclamó Lila, entusiasmada.
"Pero con cuidado, ¿eh?" - añadió Tomás, un poco preocupado.
Dentro de la cueva, encontraron un montón de piedras brillantes y, en el centro, había una sombra moviéndose. De repente, un pequeño duende con grandes orejas apareció ante ellos.
"¡Hola, pequeños aventureros!" - dijo el duende con una voz alegre.
"¿Eres tú el Susurrador?" - preguntó Mateo, sorprendido.
"No, soy Luminito, el guardián de las historias del bosque. Pero a veces, susurro secretos muy importantes" - respondió el duende sonriendo.
Los niños se miraron entre sí, llenos de curiosidad.
"¿Qué secretos nos puedes contar?" - preguntó Lila.
"Solo aquellos que tengan un mensaje importante. Escuchen bien, porque ahora susurraré uno" - dijo Luminito, acercándose.
Y comenzó a murmurar:
"En el bosque hay un misterio, un árbol perdido que olvidó su brillo. Si logran encontrarlo, verán que cada hoja tiene algo especial".
"¿Y cómo encontramos ese árbol?" - preguntó Tomás, ansioso.
"Sigan el camino de las piedras brillantes y presten atención a los susurros del viento. Si escuchan con el corazón, sabrán qué hacer" - explicó Luminito.
Emocionados, los amigos salieron de la cueva y emprendieron el camino. Con cada paso, los susurros del viento se hicieron más claros.
"Escuchen, el viento dice algo sobre... un girasol que creció entre las sombras" - dijo Lila.
"Sí, ¡vamos hacia allá!" - respondió Mateo con energía.
"Nunca había oído a un árbol susurrar cosas así" - agregó Tomás, con asombro.
Después de un rato, llegaron a un claro donde un enorme árbol, algo triste, esperaba.
"¡Este es!" - gritaron los tres al mismo tiempo.
"¡Hola, árbol! ¿Por qué estás tan triste?" - preguntó Lila mientras se acercaban.
El árbol respondió en un suave susurro:
"Olvidé como relucir y las hojas han perdido su color. Un gesto amable podría hacer que vuelva a brillar".
"¿Cómo podemos ayudar?" - dijo Mateo, decidido.
"Simplemente, regálenme una sonrisa de ustedes y compartiré un secreto valioso" - respondió el árbol.
Los amigos se miraron y, con gran alegría, empezaron a contar chistes y a reír con todas sus fuerzas. Al hacerlo, las hojas del árbol comenzaron a brillar, llenando el bosque con luces danzantes.
El árbol sonrió, y su voz se volvió melodiosa:
"Gracias, pequeños. Cada risa trae luz a este bosque y a mi corazón. Ahora que conocen el secreto, nunca dejen de compartir su alegría".
Contentos, Mateo, Lila y Tomás regresaron al pueblo, sintiendo que habían descubierto un gran tesoro: la importancia de la risa y de compartir la alegría.
"Nunca olvidaremos lo que aprendimos hoy" - dijo Mateo.
"Y siempre volveremos a este bosque para reír juntos" - agregó Lila.
"¡Sí!" - exclamó Tomás, sonriendo de oreja a oreja.
Desde ese día, cada vez que había luna llena, los niños del pueblito se reunían en el bosque para contar historias, reír y, sobre todo, brillar con alegría.
FIN.