El Misterio del Campo Caballo



Había una vez, en un hermoso pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, un viejo campo donde vivían caballos de diferentes colores. Este campo era el hogar de Don Francisco, un amable caballero que cuidaba a los caballos como si fueran sus propios hijos. Cada mañana, se levantaba al amanecer y paseaba entre los establos, saludando a cada uno de sus amiguitos equinos.

Una mañana, mientras Don Francisco recogía heno, notó que uno de sus caballos, llamado Copito, estaba muy inquieto. Copito era un caballo blanco como la nieve, pero también era el más curioso de todos.

"¿Qué te sucede, Copito?" - le preguntó Don Francisco, preocupado por su comportamiento.

"¡Don Francisco! ¡Debemos ir al bosque!" - relinchó Copito, moviendo su cabeza de un lado a otro.

"¿Al bosque? Pero, ¿por qué?" - cuestionó Don Francisco, intrigado por la insistencia de su amigo.

"Escuché a unos pájaros hablar sobre un tesoro escondido. ¡Debemos encontrarlo!" - dijo Copito.

Don Francisco se rió ante la idea de que hubiera un tesoro en el bosque, pero la curiosidad de Copito era contagiosa. Finalmente, decidió darle una oportunidad.

"Está bien, Copito. Vamos a investigar. Pero deberemos ser cuidadosos y no alejarnos demasiado."

Así, montó a Copito y juntos partieron hacia el bosque. Mientras recorrían el sendero cubierto de hojas, encontraron a otros animales que les indicaron el camino hacia donde, supuestamente, se escondía el tesoro.

"¡Hola, Don Francisco!" - saludó una ardilla muy traviesa. "¿Buscan el tesoro? ¡Yo puedo ayudarlos!"

"¿En serio?" - preguntó Don Francisco.

"Sí, sí! Solo sigan mis pasos y no se distraigan. ¡El tesoro es grande y brillante!" - exclamó la ardilla mientras saltaba de un árbol a otro.

Siguieron a la ardilla hasta que llegaron a un claro maravilloso. Allí había un brillante arcoíris sobre un lago cristalino. Sin embargo, no había oro ni joyas, pero sí un grupo de caballos salvajes que se estaban divirtiendo corriendo por los prados.

"¿Este es el tesoro?" - preguntó Don Francisco, un poco decepcionado.

La ardilla, al ver la expresión en su rostro, sonrió y le dijo:

"A veces, el verdadero tesoro no se mide en oro o plata. Este es un lugar mágico donde los caballos pueden jugar libremente. La felicidad de estos animales es el tesoro más grande de todos."

Don Francisco reflexionó sobre esas palabras. El bienestar de cada caballo, la alegría y la libertad que tenían para correr, era, efectivamente, un verdadero tesoro. Así que decidió hacer algo al respecto.

"¡Sabes qué, Copito! Vamos a traer a nuestros amigos para que puedan disfrutar de este lugar. ¡Haremos una gran fiesta para todos!" - exclamó Don Francisco emocionado.

"¡Sí! ¡Eso es una gran idea!" - relinchó Copito, saltando de alegría.

Regresaron al campo y en un abrir y cerrar de ojos, Don Francisco organizó una gran carrera de caballos, invitando a todos los caballos del pueblo. La noticia corrió rápidamente y muchos caballos vinieron a participar.

El día de la gran carrera, el sol brillaba y todos se preparaban para disfrutar.

"¡Que empiece la fiesta!" - gritó Don Francisco, mientras los caballos galopaban y competían con entusiasmo.

Los animales del bosque también fueron invitados, y así, todos compartieron risas, juegos y diversión en aquel hermoso claro.

Al final del día, Don Francisco sonrió al ver la felicidad de todos sus amigos y dijo:

"Hoy hemos encontrado un tesoro que no tenía precio, la amistad y la alegría compartida."

Y así fue como Don Francisco y Copito aprendieron que a veces en la búsqueda de lo extraordinario se encuentran los dones más simples y hermosos de la vida. El campo se llenó de risas y el espíritu de amistad reinó para siempre en el corazón de todos.

Desde ese día en adelante, el campo no solo fue su hogar, sino también un lugar donde la felicidad se unía con la libertad, y donde cada caballo, ya fuera salvaje o doméstico, podía sentir el aroma de la amistad que siempre perduraría en el viento.

FIN.

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