El Misterio del Casabe Perdido
Érase una vez, en un yucayeque lleno de árboles altos y ríos cantarines, un grupo de pequeños taínos que vivían felices. Entre ellos estaba Kaia, una curiosa niña que siempre se preguntaba cómo se hacía el casabe, el delicioso pan que tanto les gustaba. Kaia soñaba con un día poder hacerlo ella misma.
Un soleado día, Kaia decidió aventurarse hacia el buren, el lugar donde se preparaba el casabe. Mientras caminaba, se encontró con su amigo Tato, un habilidoso cazador que siempre tenía historias emocionantes que contar.
-Tato, ¿sabés cómo se hace el casabe? -preguntó Kaia con entusiasmo.
-Sí, ¡es un proceso fascinante! -respondió Tato sonriendo-. Pero no es fácil. Primero, hay que buscar yuca en la selva.
-¡Vayamos juntos! -dijo Kaia, llena de energía.
Los dos amigos se adentraron en la selva. Juntos, encontraron raíces de yuca. Kaia miró la yuca y preguntó:
-¿Por qué es tan importante esta planta?
-Toda nuestra comunidad depende de ella. De la yuca se hace el casabe, que es nuestro alimento. Es como un tesoro escondido -contestó Tato con seriedad.
Una vez que encontraron suficiente yuca, volvieron al yucayeque. Allí, se reunieron con otros niños para aprender cómo hacer el casabe. Kaia estaba emocionada.
-Muchachos, la yuca hay que pelarla y rallarla -explicó la abuela de Kaia, que era experta en la materia-
Los niños comenzaron a trabajar en equipo, riéndose y disfrutando el momento. Ayudaron a pelar la yuca, pero cuando llegaron al momento de hacer la harina, se dieron cuenta de algo sorprendente. La yuca que habían traído ¡estaba dañada!
-Oh no, ¿qué haremos ahora? -gritó Kaia, preocupada.
-Aún podemos buscar más yuca -sugirió Tato, intentando mantener el espíritu en alto.
Entonces, los niños decidieron salir nuevamente a la selva. Esta vez, se encontraron con un anciano sabio que solía contar historias a los más pequeños. Estaba sentado bajo un enorme árbol de ceiba.
-Hola, pequeños. ¿A dónde van con tanta prisa? -preguntó el anciano con una voz amable.
-Vamos a buscar yuca para el casabe, pero ya tenemos un trozo dañado -respondió Kaia con tristeza.
-¿Sabían que en la selva hay diferentes tipos de yuca? Quizás necesiten un poco de ayuda -dijo el anciano con una sonrisa-. Sigamos juntos.
Los niños, intrigados, siguieron al anciano. Aprendieron sobre las diferentes variedades de yuca y, lo más importante, cómo reconocer las saludables. Al final del recorrido, encontraron un hermoso manantial lleno de yuca fresca.
-¡Hurra! -gritaron todos al unísono.
Volvieron al yucayeque, donde todo el grupo trabajó en equipo y siguió las instrucciones de la abuela de Kaia. Las risas y la música resonaban mientras se formaba la harina con las raíces de yuca. Luego, esparcieron la mezcla en el buren:
-Vamos a hacer un gran casabe -dijo Kaia, con una sonrisa de oreja a oreja.
Finalmente, el momento mágico llegó. El aroma del casabe recién hecho invadió el aire. Todos estaban ansiosos por probarlo.
-¡Es delicioso! -exclamó Tato, mientras daba un mordisco.
-¡Y eso es gracias a todos nosotros! -añadió Kaia, feliz.
Esa tarde bajo el cielo estrellado, los pequeños taínos se sentaron alrededor del fuego, compartieron historias y disfrutaron del casabe. Kaia se sintió orgullosa porque no solo había aprendido a hacer el casabe, sino que también había entendido la importancia del trabajo en equipo.
-Y aunque el camino fue difícil, cada desafío nos hizo más fuertes -reflexionó Tato, mirando a sus amigos.
Y así, Kaia y sus amigos aprendieron que lo que importa no es solo el alimento que comparten, sino también las aventuras y amistades que construyen juntos, siempre con la yuca como el verdadero tesoro del yucayeque.
FIN.