El Misterio del Castillo Olvidado
Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Clara. Los niños jugaban en la plaza y los adultos charlaban amistosamente. Sin embargo, la calma del lugar estaba a punto de cambiar cuando una noticia comenzó a circular entre los habitantes: ¡había desaparecido la famosa espada del Rey Valente, guardada durante años en el castillo abandonado en la colina!
Los niños, emocionados por la aventura, decidieron formar un equipo. Entre ellos estaban Clara, una valiente exploradora; Mateo, un astuto estratega; y Luna, una pequeña que siempre llevaba su cuaderno de dibujos. Al enterarse de la desaparición de la espada, Clara exclamó:
"¡Tenemos que ir a buscarla! ¡El rey necesita nuestra ayuda!"
"Sí, pero debemos ser cautelosos" – respondió Mateo, pensativo.
"¡Y no olviden sus linternas!" – agregó Luna, mientras dibujaba un plano del castillo.
Los tres amigos se dirigieron al castillo al caer la tarde, cuando la luz del sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. El castillo estaba cubierto de hiedra y parecía aún más misterioso con la luz tenue. Al llegar, se dieron cuenta de que la puerta estaba entreabierta.
"¿Y si hay fantasmas?" – susurró Luna, llenándose de temor.
"No hay ningún fantasma, seguro que son sólo historias" – dijo Clara, tratando de darles valor a sus amigos.
"Además, somos aventureros, ¡así que debemos entrar!" – insistió Mateo.
Entraron al castillo, que tenía pasillos oscuros y ecos extraños. En una de las habitaciones, encontraron un mapa antiguo de la fortaleza. En él, había un dibujo que indicaba la ubicación de la espada: la Sala de los Tesoros.
"¡Miren!" – gritó Clara, señalando el mapa.
"Vamos a seguirlo, pero con cuidado" – advirtió Mateo.
Mientras avanzaban, se dieron cuenta de que el castillo no estaba tan abandonado como parecía. Había trampas y obstáculos, lo que les hizo entender que tendrían que ser muy astutos.
"¡Cuidado con ese piso!" – gritó Luna, cuando Clara casi pisa una loseta que parecía diferente.
"Gracias, Luna. ¡Eres increíble!" – exclamó Clara, admirando la rapidez de sus amigos.
Después de sortear varios peligros, finalmente llegaron a la Sala de los Tesoros. Allí, la espada del Rey Valente brillaba en un pedestal dorado. Pero, para su sorpresa, había un dragón dormido junto a ella.
"¡Oh no!" – dijo Clara, asustada.
"¿Qué hacemos? ¡Está guardando la espada!" – murmuró Mateo.
"Tal vez si hablamos con él..." – sugirió Luna con un hilo de voz.
El dragón, al escuchar sus palabras, abrió un ojo. "¿Quiénes son ustedes que entran en mi castillo sin permiso?" - preguntó, con un tono grave.
"¡Sólo somos niños aventureros! Venimos en busca de la espada del Rey Valente para ayudar a nuestro pueblo" – respondió Clara, temblando un poco.
"El rey siempre se olvidó de mí. Nunca recibió mis cartas sobre la soledad de este castillo..." – dijo el dragón, triste.
"¡Nosotros podemos ayudar!" – exclamó Luna, con ilusión.
Y así, los niños se sentaron a hablar con el dragón. Le explicaron sobre su deseo de hacer de Valle Clara un lugar mejor y cómo todos merecían ser escuchados. Poco a poco, el dragón dejó atrás su ira y tristeza.
"¿De verdad quieren ayudarme?" – preguntó, con un brillo en sus ojos.
"Sí, podemos enseñarte a interactuar con los habitantes del pueblo" – respondió Mateo.
El dragón aceptó dejar que los niños se llevaran la espada, a cambio de que vinieran a visitarlo y lo ayudaran a hacer nuevos amigos.
"Prometemos volver" – aseguraron los chicos mientras recogían la espada.
"Bueno, entonces que su aventura continúe. Pero tengan cuidado en el camino de vuelta" – dijo el dragón, sonriendo por primera vez.
Los niños regresaron al pueblo triunfantes, aprendiendo una valiosa lección sobre la amistad, la empatía y la importancia de escuchar a los demás. Desde ese día, el dragón comenzó a ser parte del pueblo, y cada vez que los niños lo visitaban, compartían historias y risas. Y así, Valle Clara se llenó de magia, gracias a la valentía de tres pequeños aventureros.
FIN.