El misterio del chicle de Chetumal
En un tiempo remoto, hace unos 100 años, la hermosa ciudad de Chetumal se encontraba rodeada por una selva densa, llena de árboles majestuosos, cantos de aves y murmullos de misterios sin fin. Era un lugar donde la naturaleza vibraba y todo parecía posible.
En el corazón de esta selva, vivía un niño llamado Tano. Tano era curioso y aventurero. Cada día, después de ayudar a su madre en casa, se escapaba a la selva para explorar y descubrir cosas nuevas. Sus amigos del barrio, Lía y Nico, solían acompañarlo en sus aventuras, creando un grupo inseparable.
Una tarde, mientras exploraban cerca de un enorme árbol de ceiba, Tano notó algo extraño. Bajo las raíces del árbol, había un lugar donde la tierra había sido removida, dejando al descubierto una resina pegajosa.
"Mirá, chicos, ¿qué será esto?" - preguntó Tano, señalando la resina.
"Parece chicle, pero no el que compramos en la tienda" - dijo Lía, acercándose.
"Es diferente, se ve más natural" - agregó Nico, mirando con curiosidad.
La resina era en realidad chicle, un secreto bien guardado por la selva. Tano, interesado en probarlo, se llevó un pedazo a la boca. La resina tenía un sabor dulce y un aroma fresco que lo hizo sonreír.
"¡Está riquísimo!" - exclamó.
"¿Y si lo llevamos al pueblo y se lo mostramos a los demás?" - sugirió Lía.
"Sí, pero debemos saber más sobre esto primero" - contestó Tano con aire de investigador.
Los tres amigos decidieron que necesitarían ayuda. Con cuidado, comenzaron a investigar sobre el chicle y su uso. A través de sus exploraciones en la selva, encontraron ancianos que conocían la historia del chicle, como el abuelo de Tano.
"El chicle es un regalo de la selva, un tesoro que nuestros antepasados utilizaban para masticar y disfrutar de su sabor. Pero hay que conservarlo, la selva es nuestro hogar y debemos cuidar de ella" - les explicó el abuelo.
Inspirados por las palabras de su abuelo, Tano, Lía y Nico decidieron que no solo querían llevar el chicle al pueblo, sino también cultivar un profundo respeto por la selva que los rodeaba.
Así que, junto a su abuelo y guiados por el conocimiento de los ancianos, aprendieron a recolectar el chicle de forma sostenible, sin dañar los árboles que lo producían.
Un día, decidieron organizar una gran fiesta en el pueblo para mostrar la resina de chicle y enseñar a todos cómo cuidarlo. Prepararon decoración con hojas y flores, hicieron una gran fogata y prepararon bocadillos de chicle.
Cuando todos los vecinos llegaron, Tano tomó la palabra.
"¡Bienvenidos! Hoy no solo compartimos un nuevo sabor, sino también la importancia de cuidar nuestra selva. ¿Les gustaría probar el chicle?"- dijo emocionado. Todos se miraron entre sí, ansiosos por probarlo.
"¡Sí!" - gritaron todos al unísono.
Con risas y sonrisas, la fiesta se convirtió en un gran aprendizaje. Los niños aprendieron sobre la importancia de la selva, a respetar la naturaleza y el valor de sus recursos.
Desde aquel día, el chicle se convirtió en un símbolo de unión en Chetumal, pero también en un recordatorio de que la naturaleza es valiosa y necesita ser cuidada y agradecida.
Con el tiempo, Tano, Lía y Nico se convirtieron en los defensores de la selva, enseñando a las nuevas generaciones a amar y proteger su hogar. Así, el chicle de Chetumal se transformó en un dulce delicioso, pero sobre todo, en un símbolo de la amistad y el respeto por la naturaleza que habitaba en su alrededor.
FIN.