El Misterio del Chocolate Mágico



Hola, soy Marcela. Yo vendo chocolates y otras cosas en una estación. Les cuento todo lo que pasó una tarde soleada.

Una familia llegó a la estación. La mujer joven cuidaba a los niños, mientras que el hombre fumaba mucho, despreocupado. Los niños, con sus ojos brillantes de curiosidad, se acercaron a mi puesto, donde había montones de chocolates de todos los tamaños y colores.

"¿Cuánto cuestan estos chocolates?" - preguntó el niño mayor, señalando un chocolate con forma de estrella.

"Ese cuesta cinco pesos, pero hay otros que son más baratos, desde dos pesos" - le respondí mientras sonreía.

A su lado, la niña, que no debía tener más de cinco años, miraba fascinada un frasco con caramelos de colores.

"¿Y esos?" - preguntó con voz dulce, llena de asombro.

"Esos caramelos son unos especiales, se llaman 'Caramelos de los Sueños', y son cuatro pesos" - respondí, mientras notaba que su hermano la miraba con interés.

El padre, distraído y con su cigarrillo en la mano, se acercó y dijo: "No tenemos mucho dinero, pero si compran algo, en un rato podemos ir a la plaza a jugar un rato."

La madre, con una sonrisa amable, preguntó:

"¿Me puede contar más sobre esos caramelos?"

"Claro. Dicen que si uno se los come antes de dormir, puede soñar con cosas mágicas, como castillos y dragones" - les conté, mientras los niños abrían los ojos más grandes que nunca.

"¡Yo quiero!" - exclamó la niña emocionada.

Sin embargo, el padre frunció el ceño. "No podemos gastar tanto en dulces. Mejor busquemos algo más barato" - dijo mientras apagaba su cigarrillo.

"Entiendo. Pero también se puede jugar un juego con los caramelos. Si usan su imaginación y eligen uno, pueden inventar una historia sobre lo que sueñan. ¿Qué les parece?" - propuse, tratando de mantener el ánimo.

"¡Sí, sí!" - gritó el niño.

"Yo quiero soñar con un unicornio mágico que vuela sobre montañas de chocolate" - dijo la niña con una carcajada.

El padre miró a su esposa, quien le inclinó la cabeza y sonrió. "Tal vez deberíamos dejar que elijan uno, solo por esta vez. La magia de los sueños no tiene precio, ¿no crees?" - le dijo.

"¿Entonces puedo tener el caramelo?" - preguntó la niña emocionada.

El padre, al observar la alegría de sus hijos, finalmente cedió.

"Está bien, pero solo uno. ¿Lo prometen?" - les advirtió.

"¡Prometido!" - gritaron los niños al unísono.

La madre eligió un caramelo para cada niño, y mientras tanto, el padre se sintió tan alegre como ellos.

"¿Me puede contar la historia de los caramelos?" - pidió el niño, ya sentado en una banca junto a su madre, mirando con sorpresa el caramelo.

"Claro, pero también pueden inventar su propia historia. Solo hay que dejar volar la imaginación" - les dije mientras ellos comenzaban a contar lo que cada uno soñaría. Así fue como se transformó la tarde en una secuencia de cuentos mágicos construidos por ellos, donde cada bocado era un nuevo giro en la aventura.

Finalmente, se despidieron felices, y el padre, que había sido un poco gruñón, se despidió con una gran sonrisa.

"Gracias, Marcela. Nunca pensé que unos caramelos pudieran hacer tan feliz a mi familia".

Los niños agitaban sus manos, moviendo los caramelos como si fueran varitas mágicas.

"¡Adiós, Marcela! ¡Nos vemos otra vez!"

Desde aquel día, la estación y mi puesto de chocolates se llenaron de risas y cuentos, porque descubrí que a veces, un pequeño giro en la perspectiva puede hacer la gran diferencia.

Y así, gracias a un dulce caramelo, la familia aprendió a soñar y jugar juntos, recordándole al padre que la felicidad no está solo en lo que podemos comprar, sino en las historias y risas compartidas.

FIN.

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