El Misterio del Color Azul



Era una mañana soleada en el pueblito de Las Nubes, donde Viviana vivía con su mamá, a quien cariñosamente llamaba 'mamá Flor de Ocobo' por el hermoso jardín que tenía lleno de flores de esa especie. Viviana solía correr por su casa, donde el olor a pan recién horneado llenaba el aire, gracias a los deliciosos panes que su mamá hacía cada día.

Un día, mientras Viviana jugaba en el jardín, se dio cuenta de un misterioso brillo azul que emergía desde detrás de una montaña nevada que se alzaba orgullosa en el horizonte.

"¡Mamá, mirá!" - exclamó Viviana, señalando hacia el nevado.

"¿Qué es eso, querida?" - preguntó su mamá, que estaba sacando del horno un pan crujiente.

"¡Es algo azul, brilla como las estrellas!" - respondió Viviana, con los ojos llenos de curiosidad.

Decididas a descubrir qué era, mamá Flor de Ocobo y Viviana se pusieron sus abrigos y comenzaron la excursión hacia la montaña. En el camino, se encontraron con Don Joaquín, el sabio del pueblo.

"¡Hola, Viviana! ¡Hola, mamá Flor! ¿A dónde van tan alegres?" - preguntó Don Joaquín, ajustándose sus gafas.

"Vamos a averiguar qué es eso azul que brilla en la montaña" - respondió Viviana.

"¡Eso suena emocionante! ¡Pero tengan cuidado! Las montañas pueden ser engañosas." - advirtió Don Joaquín.

Finalmente, llegaron a la base de la montaña y empezaron a trepar con cuidado, disfrutando de la vista de las flores que contrastaban con el blanco del hielo.

"Mirá, mamita, esas flores son como un arcoíris en la nieve" - comentó Viviana, maravillada.

"Sí, querida. La naturaleza siempre nos sorprende con su magia" - respondió su mamá.

Luego de un rato de escalar, llegaron a una cueva oculta tras un manto de nieve. El brillo azul provenía de dentro de esta cueva.

"¿Entramos?" - preguntó Viviana, un poco asustada pero emocionada.

"Claro, pero con cuidado" - respondió mamá Flor de Ocobo.

Cuando entraron, encontraron un camino iluminado por luces azules que danzaban como luciérnagas. Al fondo de la cueva, había un gran cristal azul, resplandeciente y lleno de energía.

"¡Guau, qué hermoso!" - exclamó Viviana, acercándose al cristal.

"Parece mágico" - dijo su mamá, contemplando el brillo.

De repente, una voz suave resonó en el aire.

"Gracias por venir a visitarme, soy el Guardián del Cristal Azul. He estado esperando a alguien de buen corazón que quiera preservar la belleza de su entorno".

"¿Qué podemos hacer?" - preguntó Viviana, intrigada.

"El cristal tiene el poder de hacer florecer la naturaleza, pero necesita ser cuidado. Ustedes, con su amor por las flores, pueden ayudar a que el mundo sea un lugar mejor" - dijo el Guardián.

Flor de Ocobo y Viviana se miraron emocionadas. Ambos sentían que tenían una misión.

"¿Cómo lo hacemos?" - preguntó Flor de Ocobo.

"Simplemente amen y cuiden la naturaleza. Con cada acción de amor, el cristal se alimentará y la belleza de su jardín florecerá aún más. Prometan cuidar de la Tierra y venir a visitarme de vez en cuando".

Viviana y su mamá, llenas de entusiasmo, prometieron cuidar de su entorno y proteger la hermosa flora de su pueblito.

"¡Lo prometemos!" - gritaron al unísono.

Con una bendición del Guardián, Sebastián el Cristal se iluminó aún más, y las luces azules comenzaron a envolver a Viviana y a su mamá, llevándolas de vuelta a la entrada de la cueva.

Desde aquel día, Flor de Ocobo y Viviana se convirtieron en grandes defensoras de la naturaleza. Cuidaron su jardín lleno de flores, ayudaron a sus vecinos a plantar árboles y compartieron su amor por el medio ambiente con todos en Las Nubes. Y cada vez que el cielo se iluminaba de azul, sabían que el Guardián del Cristal Azul estaba mirando por ellos.

Con el tiempo, el pueblito de Las Nubes floreció como nunca, y el aroma de pan y flores llenó el aire, pero lo más importante, el amor por la naturaleza se convirtió en la enseñanza más valiosa que Viviana y su mamá podrían compartir con todos.

Así, cada día cerraban la jornada observando el cielo, llenas de gratitud por las pequeñas maravillas de la vida. Y siempre recordaban que, con amor y cuidado, podían hacer de su mundo un lugar especial.

"¡Mamá, estoy lista para plantar unas flores!" - decía Viviana con entusiasmo cada mañana.

"¡Entonces vamos, mi pequeña ecohéroe!" - respondía Flor de Ocobo, sonriendo.

Y con eso, comenzaba un nuevo día lleno de colores, risas y amor por la naturaleza.

FIN.

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