El Misterio del Creador Invisible



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Mateo. Mateo era curioso y siempre se preguntaba cómo se creaban las cosas.

Un día, decidió emprender una aventura para descubrir quién era el creador de todo lo que existía en el mundo. Mateo comenzó su viaje caminando por los campos y encontró a un granjero que estaba sembrando semillas en la tierra.

El niño se acercó y le preguntó: "Señor granjero, ¿usted sabe quién es el creador de todo?". El granjero sonrió y respondió: "Mi querido Mateo, yo soy parte del proceso de creación. Siembro estas semillas para que crezcan plantas y nos den comida".

Mateo siguió su camino hasta llegar al río cercano. Allí vio a un pescador lanzando su red al agua. Se acercó corriendo y le preguntó: "Señor pescador, ¿sabe usted quién es el creador de todo?".

El pescador rió amablemente y respondió: "Pequeño Mateo, yo también formo parte del proceso creativo. Pesco peces para alimentar a las personas". Mateo continuó su búsqueda sin desanimarse. Caminando por la ciudad llegó a una plaza donde había un escultor tallando una hermosa estatua de mármol blanco.

Se acercó emocionado y preguntó: "Señor escultor, ¿me podría decir quién es el creador de todo?".

El escultor miró a Mateo con ternura y dijo: "Mi joven amigo, cada vez que mis manos dan forma a una piedra, siento que soy parte de algo más grande. Pero hay alguien aún más poderoso detrás de todo esto". Mateo sintió curiosidad y siguió las indicaciones del escultor hasta llegar a una antigua biblioteca.

Allí encontró un libro misterioso que hablaba sobre el origen del mundo. Mientras leía, Mateo descubrió la respuesta a su pregunta. El libro decía: "El creador de todo es aquel que nos dio vida y nos cuida día tras día.

Es invisible pero está en todas partes". Confundido pero emocionado, Mateo regresó al pueblo y se sentó en el parque pensando en lo aprendido. Fue entonces cuando una niña llamada Valentina se acercó a él y preguntó: "Hola, ¿qué haces aquí?".

Mateo sonrió y respondió: "Estoy tratando de entender quién es el creador de todo". Valentina se sentó junto a él y dijo: "Creo que todos somos parte del proceso creativo.

Cada uno tiene un papel importante en este mundo". Mateo comprendió lo sabias que eran las palabras de Valentina y juntos decidieron compartir su conocimiento con los demás niños del pueblo.

Organizaron talleres donde enseñaban sobre la importancia de sembrar semillas, pescar para alimentarse y crear arte con sus propias manos. Los niños aprendieron cómo contribuir al proceso creativo y valoraron la diversidad de talentos existentes. Al final, Mateo entendió que Dios no era solo un ser celestial, sino una fuerza presente en cada uno de nosotros.

Todos somos parte del proceso creativo y tenemos la capacidad de hacer del mundo un lugar mejor. Y así, Mateo y Valentina inspiraron a todos los niños a descubrir sus propios talentos y a cuidar de la creación.

Juntos, construyeron un pueblo lleno de amor, creatividad y respeto por el mundo que los rodeaba.

Desde aquel día, Mateo siempre recordó que él también era un creador y se esforzó por hacer una diferencia en la vida de las personas. Y así fue como el pequeño niño encontró su propósito en este gran universo creado por Dios.

FIN.

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