El Misterio del Diamante Perdido
En el corazón de un espeso y mágico bosque, vivían Juan y María, dos amigos inseparables. Su hogar era una cabaña pequeña pero acogedora, rodeada de árboles altos que parecían tocar el cielo. Un día, mientras exploraban su entorno, encontraron un antiguo mapa en un frasco de vidrio enterrado bajo una raíz de un roble gigante. El mapa prometía llevar a quien lo poseyera al legendario diamante perdido de la Reina Valeria.
- ¡Mirá, Juan! -exclamó María, con los ojos brillando de emoción-. ¡Este mapa puede llevarnos a una aventura increíble!
- ¡Sí! Vamos a encontrar ese diamante, María -contestó Juan, llenándose de entusiasmo-. ¡La Reina Valeria fue una gran mujer, su diamante debe ser algo extraordinario!
Siguiendo el mapa, Juan y María se adentraron en el bosque. Caminaron entre helechos y flores de mil colores, mientras escuchaban el canto de los pájaros. Pero pronto se dieron cuenta de que el camino no sería fácil. Justo cuando llegaron a un claro, se encontraron con un río caudaloso que bloqueaba su paso.
- ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó María, preocupada.
- Hay que encontrar una forma de cruzarlo -dijo Juan, mientras observaba a su alrededor-. ¡Mirá esas piedras! Podemos saltar de una a otra.
Con mucho cuidado, empezaron a saltar entre las piedras. María, que era un poco más baja, dudó un momento.
- No sé si puedo, Juan. Puede que me caiga.
- ¡Claro que podés! Solo tenés que creer en vos misma. -la animó Juan-. Yo estoy aquí, ¡vamos!
Con un profundo suspiro, María dio un salto y logró aterrizar en la piedra. Ambos sonrieron al verse al otro lado, celebrando su triunfo. Sin embargo, el mapa les llevó a una profunda cueva, oscura y silenciosa.
- Esto es un poco aterrador -dijo María, apretando la mano de Juan.
- No hay que tener miedo. Solo necesitamos ser valientes, como la Reina Valeria -contestó Juan mientras encendía una linterna-. Vamos juntos.
La cueva estaba llena de estalactitas y reflexiones brillantes en las paredes. De repente, un eco resonó.
- ¿Quién se atreve a entrar a mi cueva? -gritó una voz misteriosa.
- Somos Juan y María, venimos a buscar el diamante de la Reina Valeria. -respondió Juan con valentía.
Apareció entonces un pequeño dragón, que parecía más curioso que amenazante.
- ¡Ah! Ustedes son valientes. Si quieren el diamante, deben resolver un acertijo. -dijo el dragón, moviendo sus alas.
- ¡Genial! Adoro los acertijos -dijo María, con una sonrisa.
- Escuchen bien. “Cuanto más quitas, más grande se vuelve. ¿Qué es? ” -preguntó el dragón.
Juan y María se miraron, pensando. Tras un rato, María exclamó:
- ¡Es un hoyo! Si quitas tierra, el hoyo se hace más grande. ¡Lo logré!
El dragón sonrió, impresionado por su ingenio.
- Muy bien, valientes. Pueden seguir. El diamante los espera. -dijo mientras les señalaba una entrada en la cueva.
Siguieron adelante, y pronto se encontraron en una sala iluminada por un rayo de luz. En el centro, sobre una piedra brillante, estaba el diamante, reluciendo en mil colores.
- ¡Lo logramos! -gritaron juntos, con el corazón repleto de felicidad.
- Aunque el diamante es hermoso, creo que nuestra mayor riqueza es la amistad y las aventuras que compartimos -dijo Juan, reflexionando.
María sonrió y asintió.
- Mucho más que tener el diamante, es haber tenido el valor de enfrentar nuestros miedos y ayudarnos mutuamente -agregó mientras miraban el tesoro.
Decidieron dejar el diamante en su lugar, para que otros pudieran admirarlo, y regresaron a su cabaña con una gran lección: lo verdaderamente valioso no siempre es un objeto, sino las experiencias y la amistad que se forjan en el camino.
Desde aquel día, Juan y María se convirtieron en los guardianes del bosque, cuidando de su belleza y compartiendo su historia de valentía y amistad con todos los que encontraban en sus aventuras.
FIN.