El Misterio del Dinero Perdido



Era una soleada tarde de primavera y en el parque, los risas de los niños resonaban por doquier. Mateo y Sofía, dos amigos inseparables, estaban jugando en el columpio cuando de repente, algo brilló en la arena de un rincón. Ambos se acercaron curiosos y allí, entre las hojas secas y los restos de un bocadillo, encontraron una billetera.

- ¡Mirá, Sofía! -exclamó Mateo, levantando la billetera-. ¡Está llena de dinero!

Sofía abrió los ojos como platos.

- ¡Es un montón de plata! ¿Qué vamos a hacer con esto?

Mateo pensó un momento antes de responder.

- Tal vez deberíamos llevarla a la oficina de objetos perdidos.

Sofía dudó.

- ¡Pero podríamos comprar un montón de juguetes!

Mateo frunció el ceño.

- Pero no es nuestro. Puede que le pertenezca a alguien que lo necesite.

Ambos se sentaron en un banco, la billetera entre ellos, sopesando las opciones. La mejor decisión, al final, parecía ser devolverla.

Con determinación, caminaron hacia la oficina de objetos perdidos del parque. En el camino, vieron a un hombre que buscaba afanosamente algo entre los arbustos.

- ¡Mirá, Mateo! Puede que sea el dueño de la billetera -dijo Sofía.

Mateo se acercó.

- Disculpe, señor, ¿ha perdido algo?

El hombre se giró, visiblemente preocupado.

- Sí, perdí mi billetera. Tenía dinero y algunas fotos de mi familia.

Sofía y Mateo se miraron emocionados.

- ¡La tenemos! -dijo Sofía, acercándole la billetera.

El hombre sonrió, sus ojos se iluminaron.

- ¡No lo puedo creer! ¡Gracias, chicos! Ustedes han hecho un gran favor.

- No fue nada -respondió Mateo, sonriendo de vuelta.

El hombre sacó una pequeña caja de dulces de su bolso y se la ofreció a los niños.

- Por favor, tómenselo como agradecimiento.

Sofía miró a Mateo.

- Claro, lo compartiremos -respondió Mateo, aceptando la caja.

Mientras disfrutaban de los dulces, esos pensamientos viajaron por sus cabezas: la felicidad de hacer lo correcto y la emoción de haber hecho feliz a alguien más no tenía precio.

- ¡Fíjate, Sofía! Lo que hicimos fue mucho más valioso que cualquier juguete.

- Tenés razón, Mateo. Aprendí que ayudar a los demás da más felicidad que tener cosas materiales.

Los niños continuaron su día jugando y riendo, pero el descubrimiento de aquel billete brilló en su mente como una enseñanza inigualable.

Al final del día, Mateo y Sofía regresaron a casa, satisfechos no solo por las golosinas, sino por haber elegido hacer lo correcto. Desde ese día, cada vez que jugaban en el parque, recordaban que la amistad y la generosidad son los verdaderos tesoros que uno puede encontrar.

FIN.

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