El misterio del espíritu navideño
A mediados de diciembre, el viento fresco corría por los parques donde se oía a los niños reír, mientras las casas se tornaban de verde y rojo. Todos hablaban sobre los regalos, las cenas, y los preparativos para la Navidad. Sin embargo, había alguien a quien todo esto no le apasionaba demasiado… Rosita.
Rosita era una niña de ocho años que, aunque disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida, nunca había sentido la emoción de la Navidad. Un día, mientras sus amigos jugaban a hacer adornos en la plaza, ella decidió irse a su casa.
"¿Por qué todos están tan emocionados?", se preguntó en voz alta.
"Quizás porque no saben que la Navidad es solo un día más…", respondió su hermano, Pablo, que estaba cerca.
Rosita se encogió de hombros. Le parecía que los días pasaban y que la Navidad era solo una excusa para gastar dinero en juguetes. Decidida a no dejarse llevar por la corriente, se quedó en su cuarto leyendo un libro.
Unos días después, la noche de Navidad se acercaba rápidamente. Mientras todos en su barrio preparaban postres y decoraban sus hogares, Rosita observaba desde su ventana.
Justo en ese momento, notó algo brillante que se movía en el jardín. Atraída por la curiosidad, salió y, con gran sorpresa, encontró a un pequeño duende con un gorro rojo que lo hacía ver muy especial.
"Hola, soy Bartolo, el duende de la Navidad. ¿Por qué tan triste?", preguntó con una sonrisa.
"No estoy triste, solo creo que la Navidad es una pérdida de tiempo", respondió Rosita.
"¿Por qué no te unes a nosotros? La Navidad es más que regalos, es la magia de dar, de compartir y de estar juntos", dijo Bartolo.
Rosita, intrigada, le preguntó:
"¿Y cómo se siente esa magia?"
"La magia está en cada acto de bondad que hacemos, en cada sonrisa que compartimos. ¿Te gustaría ayudarme a repartir regalos a los niños del barrio?", le propuso Bartolo.
Rosita dudó por un momento, pero el brillo en los ojos del pequeño duende la persuadió.
"Está bien, Bartolo. Me gustaría intentarlo", aceptó.
Esa noche, Rosita se armó de valor y se puso a trabajar con Bartolo. Juntos llenaron una mochila con regalos y salieron por las calles del barrio. Mientras repartían, Rosita comenzó a notar la felicidad en los rostros de los niños.
"Mirá cómo brillan sus ojos", decía Bartolo mientras entregaban los regalos.
Poco a poco, los corazones de todos fueron llenándose de alegría, y Rosita sintió una chispa de felicidad encenderse dentro de ella.
"Esto es increíble, Bartolo. Nunca había visto algo así", dijo emocionada.
"¡Es la magia de la Navidad!", respondió él.
Esa noche, después de haber repartido los regalos, regresaron a casa extenuados pero felices. Rosita se dio cuenta de que la verdadera Navidad no era solo sobre los regalos, sino sobre el amor y la alegría que compartimos con los demás.
A la mañana siguiente, la casa de Rosita estaba decorada, y ella sonreía al ver a su familia reunida. Se había convertido en el centro de atención, no por los regalos, sino por las historias que trajo de su aventura con Bartolo.
Y desde entonces, cada diciembre, Rosita espera ilusionada la llegada de la Navidad, no por los regalos, sino por las sonrisas y la alegría que puede compartir con todos.
"Gracias, Bartolo", susurró mientras miraba las luces de Navidad.
"Recuerda, Rosita, la Navidad vive en nuestros corazones y en lo que hacemos por los demás. ¡Hasta el próximo año!", dijo el duende mientras se desvanecía en el aire, dejando un rastro de purpurina brillante.
Rosita jamás olvidaría la lección que aprendió esa Navidad: el verdadero espíritu navideño está en dar y compartir momentos felices con quienes amamos.
FIN.