El Misterio del Fuego



En una lejana época, mucho antes de que los humanos usaran guitarras o cocinas, vivía un grupo de jóvenes en la tribu de los Luminosos, conocidos por su curiosidad y espíritu aventurero. Entre ellos, se destacaba Lía, una niña de risa contagiosa y ojos brillantes. Un día, Lía se despertó con una inquietante emoción: tenía que descubrir el secreto del fuego.

- ¡Hoy es el día! - exclamó, mientras salía de su tienda, con el sol apenas asomándose por el horizonte.

Sus amigos, Tico y Ana, se unieron rápidamente a su lado.

- ¿A dónde vas, Lía? - preguntó Tico, peinándose el cabello desordenado.

- ¡Voy a encontrar el fuego! - respondió Lía con determinación.

Ana, con mirada de duda, asintió con la cabeza.

- Pero, Lía, ¿cómo sabemos que hay fuego? ¿Cómo se hace? - inquirió.

- ¡Eso es lo que quiero descubrir! - dijo Lía emocionada. - Dicen que en el bosque oscuro vive el Gran Fuego, un fuego mágico que nunca se apaga. Vamos a buscarlo.

Así, los tres amigos partieron hacia el bosque, cruzando ríos que murmuran y campos cubiertos de flores brillantes. A medida que se adentraban, la luz del sol se desvanecía y las sombras se alargaban.

- ¿Y si el Gran Fuego no quiere ser encontrado? - preguntó Tico, con un ligero temblor en la voz.

- ¡No hay que tener miedo! - afirmó Lía. - Tal vez solo esté esperando que alguien lo escuche.

De repente, escucharon un sonido profundo como un trueno, seguido de un crepitar.

- ¡Miren! - gritó Ana, señalando hacia un claro lleno de luces danzantes.

Los niños se acercaron, y allí encontraron un pequeño humo que surgía de entre unas piedras.

- Esto huele a fuego... - musitó Tico.

Sin embargo, en el centro del claro, se había formado una especie de círculo con cenizas y fragmentos de madera.

- Lía, ¿te das cuenta? ¡No hay fuego! Solo está esto! - dijo Ana, decepcionada.

Pero Lía sonrió.

- ¡Esto es una pista! Si aquí hay cenizas, significa que alguna vez hubo fuego. Quizás debamos aprender a hacerlo nosotros mismos.

Con esa idea en mente, se sentaron en el suelo y comenzaron a experimentar. Lía recordó que su abuelo le había hablado sobre frotar dos palos.

- ¡Tico! Necesitamos dos ramas, vení a ayudarme. Ana, buscá algo seco para hacer nuestra fogata - dijo Lía mostrando su energía.

Después de un rato de esfuerzo y risas, Tico frotó las ramas con fuerza, mientras Ana colocaba la paja y algunas hojas secas en un pequeño montón.

- ¡Vamos, que podemos! - animó Lía.

De repente, un pequeño chispazo salió de las ramas.

- ¡Lo logré! - gritó Tico, aunque su voz se apagó rápidamente cuando se dio cuenta de que no había fuego.

- No te detengas, seguí frotando. - lo alentó Lía.

Después de unos minutos más de frotar, ¡algo increíble ocurrió! Un pequeño hilo de humo comenzó a bailar entre las hojas secas. Lía y Ana observaron con los ojos muy abiertos.

- ¡Mirá! ¡Mirá! - gritó Ana, mientras el humo se convertía en una pequeña llama.

- ¡Lo hicimos! - gritó Lía, dándole un abrazo a sus amigos.

Pero, de repente, la llama comenzó a crecer y a devorar todo a su alrededor.

- ¡Epa! ¡Está muy fuerte! - exclamó Tico, asustado.

- ¡Hay que controlarlo! - Lía se dio cuenta de su error. Recordó lo que su abuelo le había dicho una vez: "El fuego es un amigo, pero si no lo cuidás, se vuelve peligroso".

- ¡Rápido! Busquemos más piedras para formar un círculo y que no se salga! - ordenó Lía, mostrando su liderazgo.

Los tres amigos rápidamente formaron una barrera de piedras alrededor del fuego, logrando contenerlo. Con un suspiro de alivio, se miraron entre ellos.

- ¡Lo hicimos! ¡Creé el fuego! - exclamó Lía con felicidad.

El fuego crepitaba y lanzaba chispas hacia el cielo, iluminando el bosque que antes estaba en sombras.

- Es hermoso... - murmuró Ana, mientras se sentaban en ronda, admirando el brillo.

- Y también mucha responsabilidad, - dijo Tico. - Debemos aprender a cuidarlo todos los días.

Y así, Lía, Tico y Ana, se convertieron en los guardianes del fuego, enseñando a su tribu no solo a hacer fuego, sino a respetarlo y cuidarlo, entendiendo que el fuego era un regalo que debían valorar.

Desde ese día, el fuego no solo iluminó sus noches, sino que encendió su valentía y trabajo en equipo, enseñándoles que los mejores descubrimientos vienen de la curiosidad y el cuidado.

Y así, el Gran Fuego ya no era un misterio, sino un amigo fiel en las noches estrelladas de la tribu de los Luminosos.

FIN.

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