El Misterio del Jardín de Colores Mágicos
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, un hermoso jardín que se encontraba al final de un sendero cubierto de flores. Este jardín era conocido como el Jardín de Colores Mágicos. Los habitantes del pueblo afirmaban que quien pasara una tarde allí podría ver colores que nunca antes había imaginado.
Un día, dos amigos inseparables, Valentina y Tomás, decidieron explorar el jardín. Valentina era una niña curiosa de cabello rizado y siempre llevaba consigo su cuaderno de dibujos; Tomás era un niño soñador, con un gran amor por las historias.
– "¿Viste lo que dicen de este lugar?" –preguntó Valentina mientras avanzaban por el sendero.
– "Sí, ¡dicen que puedes ver arcoíris en cada rincón!" –contestó Tomás, emocionado.
Al llegar al jardín, ambos quedaron maravillados. Las flores eran de colores vibrantes y parecían danzar con el viento. Valentina sacó su cuaderno y comenzó a dibujar.
– "¡Mirá!" –gritó Valentina–. "¡Hay una flor que brilla en la sombra!"
Efectivamente, había una pequeña flor azul que emitía un suave resplandor. Intrigados, decidieron acercarse.
– "Tal vez esta flor tenga un secreto," –susurró Tomás.
De repente, la flor habló con una voz delicada:
– "Hola, niños. Soy Lúmina, la guardiana de los colores mágicos. ¿Quieren conocer el misterio de este jardín?"
Valentina y Tomás miraron fijamente a la flor, sorprendidos pero emocionados.
– "¡Sí, queremos saber!" –exclamaron a coro.
– "Este jardín se llena de vida gracias a la alegría y la imaginación. Cada vez que alguien pinta o dibuja con amor, los colores se vuelven más brillantes. Pero hay un problema..." –explicó Lúmina–. "Un niño del pueblo olvidó cómo soñar, y si no lo ayuda, los colores comenzarán a desvanecerse."
– "¿Cómo podemos ayudar?" –preguntó Valentina muy interesada.
– "Necesitan encontrar a ese niño y mostrarle la magia de soñar de nuevo. Su nombre es Mateo y se ha encerrado en su casa. Necesitan inspirarlo con su creatividad."
Sin dudarlo, Valentina y Tomás partieron en busca de Mateo. Al llegar a su casa, notaron que todas las ventanas estaban cerradas y no se escuchaba ningún ruido.
– "¡Mateo!" –llamó Valentina–. "¡Es hora de salir y ver el jardín!"
Después de unos instantes, Mateo asomó su cara por la ventana.
– "¿Para qué? Si todo es color gris y no hay nada interesante..." –respondió con tono apagado.
– "¡Eso no es cierto!" –dijo Tomás–. "Hay un jardín mágico lleno de colores y flores que brillan. Pero necesita de tu imaginación para vivir. ¡Ven con nosotros!"
Mateo dudó, pero la curiosidad pudo más.
– "¿Colores? ¿Flores que brillan?" –preguntó, saliendo lentamente de su casa.
Una vez en el jardín, Mateo se quedó boquiabierto. Valentina comenzó a dibujar, y Tomás relató cuentos sobre aventuras en el cielo lleno de estrellas.
– "Mirá esto, Mateo. ¡Este sol tiene cara de risas!" –exclamó Valentina mostrando su dibujo.
Con cada palabra y cada trazo, Mateo comenzó a dejar atrás su tristeza.
– "¿Puedo intentar?" –preguntó con timidez.
– "¡Claro!" –respondieron los amigos con entusiasmo.
Mateo agarró un pincel y, al dibujar su primer sol, algo mágico sucedió: el sol comenzó a brillar.
– "¡Mirá! Se está iluminando..." –exclamó, sorprendido.
Lúmina apareció de nuevo.
– "¡Bravo, chicos! Gracias a su creatividad, los colores han vuelto a entrar en el corazón de Mateo. El jardín resplandecerá una vez más!"
Como si el jardín lo sintiera, las flores comenzaron a bailar y los colores a brillar con más fuerza que nunca. Valentina, Tomás y Mateo se unieron para crear un mural gigante lleno de colores.
– "Nunca más olvidaré cómo soñar" –dijo Mateo, sonriendo. –"Gracias a ustedes, esto es increíble".
Al terminar su mural, el jardín estalló en colores vibrantes.
– "Yo también quiero seguir soñando y creando" –prometió Mateo, emocionado.
Desde ese día, los tres amigos se reunieron a menudo en el Jardín de Colores Mágicos, donde juntos compartían historias, risas y arte. Y así, el jardín siguió siendo un lugar lleno de vida, inspirado por la imaginación de los niños que nunca dejaron de soñar.
FIN.