El Misterio del Jardín Mágico
Era un hermoso día en el pequeño pueblo de Villa Energía. Todos los niños estaban emocionados porque al caer la tarde tendrían el torneo de juegos en el parque. Cada año, competían en carreras, escondidas y muchas otras actividades divertidas. Pero este año, se había anunciado un premio especial: un enorme trofeo dorado para el equipo que mostrara más energía y trabajo en equipo.
En el centro del pueblo, vivía un niño llamado Leo. Leo adoraba jugar, pero también era un experto en comer cosas ricas, especialmente golosinas. - ¡Hoy voy a comerme toda la bolsa de caramelos antes del torneo! - exclamó Leo mientras pensaba en todo el azúcar que iba a consumir.
Su mejor amiga, Ana, lo escuchó y le dijo: - Leo, eso no es buena idea. Si comes demasiados caramelos, después no vas a tener energía para jugar. Además, ¡no dormiste bien anoche!
- No pasa nada, Ana. Tengo muchas horas hasta el torneo. ¡Solo necesito un poco de azúcar! - respondió Leo.
A medida que avanzaba el día, Leo se atiborraba de golosinas. Pero Ana, con una mirada sabia, prefirió comer una ensalada de frutas frescas que su mamá le había preparado. - ¿Ves? Esto además de riquísimo, me va a llenar de energía - dijo Ana mientras masticaba.
Mientras pasaba el tiempo, Leo llegaba a su casa después de un día lleno de juegos. - ¡Estoy cansadísimo! - se quejaba. Pero no se preocupaba por irse a dormir temprano, así que continuó jugando con su consola hasta tarde. Ana, en cambio, se preparó para descansar y se fue a la cama a una hora adecuada.
Al llegar al día del torneo, todos los niños estaban emocionados. Algunos jugaban en los columpios, otros se preparaban para las carreras. Leo, sin embargo, se sentía extraño. En el momento de comenzar, su cuerpo estaba pesado. - ¿Por qué me siento así? - se preguntaba, frotándose los ojos.
Cuando empezó el torneo, Leo apenas pudo correr. - ¡Vamos, Leo, apurate! - lo alentó Ana. Pero Leo sólo podía dar pequeños pasos. - Siento que no tengo energía - dijo con voz apagada. Por su lado, Ana corría y saltaba con alegría y energía.
- ¡Vamos equipo! ¡Aprovechemos ahora! - gritó Ana, mientras que Leo, mirando el trofeo dorado, sintió menos motivación. La mayoría de los niños lo superaban.
Cerca del final de la competencia, se escuchó un grito que provenía del arboreto del parque. Todos se detuvieron. - ¡Miren el árbol que ha dado unos frutos mágicos! - exclamaron algunas voces. Curiosos, los niños se acercaron a ver.
El árbol tenía frutas que brillaban con colores vibrantes. Ana corrió al árbol. - ¡Quizás estas frutas nos den energía para terminar el torneo! , - dijo. - Leo, ven a probarlas. Son saludables.
Leo, sintiéndose un poco avergonzado, se acercó. - No sé si quiero - dudó, recordando los caramelos. Pero al ver a los demás niños comiendo las frutas y riendo, no se pudo resistir. Entonces, probó una de las frutas.
- ¡Guau! Está riquísima. - exclamó Leo, sintiéndose revitalizado. Poco a poco, la energía comenzó a fluir en su cuerpo. - ¡Campeones, vamos a jugar! - dijo Leo con una sonrisa.
Desde ese momento, Leo y Ana formaron un equipo imbatible. Con cada juego, su energía aumentaba, mientras que el equipo contrario se sorprendía por su rapidez y agilidad. Finalmente, después de una competencia reñida, Leo y Ana levantaron el trofeo dorado.
- ¡Lo logramos! - gritó Leo, radiante. - Prometo comer mejor y dormir bien por siempre. ¡Seremos invencibles! - Y Ana rió a su lado, disfrutando del trofeo.
Desde entonces, Leo aprendió a comer sano y a descansar bien para tener mucha energía y disfrutar del juego. Ya no le tenía miedo a los caramelos y comenzó a hacer su propio jardín lleno de frutas y verduras.
- ¡Viva Villa Energía! - gritaron todos mientras festejaban comiendo del delicioso jardín de Leo. Y así, en ese día, no solo aprendieron sobre la sana alimentación, sino que también vivieron la verdadera magia de ser amigos y trabajar en equipo.
FIN.