El Misterio del Laboratorio de Computación
Era un hermoso viernes 25 a las 9:00 de la mañana en el Colegio San Pedro de Barquisimeto. El sol brillaba y una brisa fresca entraba por las ventanas del laboratorio de computación. Dentro, Camila, Tobias y José observaban con emoción las computadoras dispuestas en los escritorios. Hoy era un día especial, pues aprenderían las normas de uso del laboratorio.
- ¡Estoy tan emocionada! -exclamó Camila, mirando a sus amigos con una sonrisa amplia-. ¡Vamos a aprender a usar las computadoras como unos genios!
- Sí, yo siempre he querido saber cómo hacer un programa -dijo Tobias, señalando la pantalla que mostraba un fondo colorido con varios íconos-. ¿Crees que podamos crear algo hoy?
- Claro que sí, pero primero debemos prestar atención a las normas -respondió José, un poco más serio-. Siempre hay que seguirlas para que todo funcione bien.
Los tres amigos esperaron a su profesor, el señor Morales, quien entró al laboratorio con un gran libro en la mano.
- Buenos días, chicos. Hoy aprenderemos las normas del laboratorio de computación. Estas normas son muy importantes para que podamos utilizar los equipos de manera segura y responsable. -manteniendo un tono amigable.
Los estudiantes asintieron, listos para escuchar. El señor Morales comenzó a leer las normas una por una. Había una norma que decía que no debían comer ni beber en la sala, ya que podía dañar las computadoras.
- Recuerden, una computadora es un amigo que hay que cuidar -dijo el profesor con seriedad.
Los chicos estaban tan concentrados que ni notaron cómo un pequeño ratón de juguete comenzó a moverse detrás de ellos, deslizándose por el suelo mientras se acercaba a la laptop de José.
- ¿Vieron eso? -preguntó Camila, mirando hacia el ratón que comenzaba a subirse al cable de carga de la computadora de José.
- ¡Es un ratón! -gritó Tobias, interesado.
- ¡Un ratón de juguete! -rió José mientras lo atrapó antes que lograra hacer una travesura. Pero algo extraño sucedió: al levantar el ratón, un pequeño papel se deslizó de su interior.
- Miren esto -dijo José abriendo el papel enrollado-. Es un mapa.
- ¿Un mapa? ¿De qué? -preguntó Camila con los ojos muy abiertos.
- No lo sé, pero parece que lleva a algún lugar en el colegio. -Tobias empezó a estudiar el papel.
El señor Morales, al notar que su clase había tomado un giro inesperado, se acercó a los chicos.
- ¿Qué están mirando con tanto interés? -preguntó con curiosidad.
- ¡Un mapa! -respondió Camila emocionada-. ¿Podemos seguirlo?
El profesor sonrió, sabiendo que los estudiantes estaban a punto de vivir una aventura.
- Bueno, siempre y cuando no olviden las normas del laboratorio, ¡pueden intentarlo! Pero cuídense y manténganse juntos.
Después de asegurarse de que cada uno tenía su propio mapa, el grupo se despidió del laboratorio, tratando de seguir las indicaciones. Al salir, empezaron a observar el colegio y a seguir el mapa, que los guiaba hacia una parte poco conocida del edificio.
Pasaron por los pasillos, subieron unas escaleras, hasta que llegaron a una puerta cerrada.
- Según el mapa, aquí es donde termina -dijo José.
- Pero no hay nadie -murmuró Camila mirando desconcertada.
Tobias decidió intentar abrir la puerta y, para su sorpresa, estaba entreabierta.
- ¡Vamos! -exclamó mientras todos se miraban con intriga.
Entraron a la habitación y descubrieron un antiguo laboratorio lleno de herramientas de computación y carteles de distintas épocas. El lugar parecía olvidado, como si hubiera sido un refugio para ideas del pasado.
- ¡Esto es increíble! -dijo Camila mientras examinaron los viejos equipos.
- ¡Miren eso! -Tobias señaló una computadora antigua-. Parece que todavía funciona.
José presionó un botón, y de repente la pantalla cobró vida, mostrando un código en forma de laberinto.
- ¿Qué es eso? -preguntó Camila con asombro.
- Tal vez sea un juego o algo que alguien dejó aquí para que lo resolviéramos -dijo José con entusiasmo.
Decidieron intentar descifrar el código y seguir el desafío. Mientras trabajaban en equipo, comenzaron a recordar las normas que habían aprendido: cuidar los equipos, trabajar en grupo y, sobre todo, respetar el lugar.
Después de un rato, lograron superar el laberinto y, al finalizar, la computadora imprimió un certificado.
- ¡Miren! ¡Es un certificado de "Expertos en aventura digital"! -gritó Tobias.
- ¡Lo hicimos! -dijo Camila brincoleando de alegría.
El señor Morales, que los había estado observando desde la puerta de la sala, se acercó con una sonrisa.
- Veo que han hecho algo increíble hoy. Además de aprender las normas del laboratorio, también se aventuraron a descubrir más. ¡Estoy muy orgulloso de ustedes!
Los chicos, exhaustos pero felices, regresaron al laboratorio, llevando su certificado como un recordatorio de que, a veces, lo que realmente se aprende no está solo en los libros, sino en las aventuras que uno decide vivir.
Desde ese día, siempre recordarían las normas del laboratorio, y sobre todo, la emoción de descubrir lo que hay más allá de lo conocido. La curiosidad los llevó a una gran lección y, quién lo diría, ¡un buen certificado de expertos en aventura digital!
FIN.